Romper el círculo de la violencia
Fernando Carrera

Fernando Carrera
En América Latina la violencia juvenil se ha convertido en un sistema de vida para muchos adolescentes. Condenados por la sociedad a la pobreza y a la exclusión, y abusados en sus hogares desde sus primeros años de vida, los jóvenes se lanzan por el camino criminal como quien busca la tierra prometida.
La mayoría de nosotros solo los percibimos como amenaza. Y como quien se refiere a un apestado, pedimos para ellos cárcel y castigo. Lamentablemente, una vez que entran en nuestro sistema penitenciario, la escuela de la cárcel se encarga de transformar al carterista en ladrón de bancos, al cuchillero en pistolero, y al manoseador en violador.
Así, sin quererlo o proponérnoslo, reproducimos la violencia social y al mismo tiempo destruimos la vida de adolescentes cuyo único crimen inicial fue nacer pobre en un hogar violento. Porque todos nacemos inocentes. Todos sin excepción.
El gobierno ha anunciado una luz al final de este túnel oscuro. Ha dicho que tiene interés en construir una política de justicia para los jóvenes. Y el presidente Berger, en el acto más noble desde que asumió la dirección del gobierno, ha señalado que propondrá a la próxima cumbre centroamericana la adopción de una política regional en esta materia.
Las buenas intenciones del presidente Berger no deben ocultar los obstáculos que tendrá que enfrentar para poder asumir una política efectiva frente al crimen juvenil. En primer lugar, tendrá que convencer a los ciudadanos y a los medios de comunicación de que las soluciones hasta ahora sugeridas -más represión, más violencia- no son aplicables a los jóvenes.
Pero, por otra parte, la impunidad no deberá ser tolerada. Solo que la penitencia debe ser tanto infalible como sabia. Y al joven que comete un crimen tenemos que imponer una sanción que le ayude a encontrar un nuevo camino en su vida, fuera del mundo criminal y de la violencia. Ese camino pasa por apoyarlos a través de los dos grandes instrumentos que necesita todo niño y adolescente: un entorno familiar y comunitario que le brinde afecto, y un sistema educativo que le dé oportunidades.
Suena como una tarea imposible. Pero de hecho solo así fue como desaparecieron las pandillas juveniles en Londres y París a fines del siglo XIX. Y solo así fue posible controlar la violencia juvenil en Nueva York durante los años 80 del siglo XX. Si Guatemala tiene la visión y el coraje de iniciar este camino, creo que será uno de los primeros pasos en firme para poder entrar responsablemente en el siglo XXI.
La sociedad necesita y clama porque acabe la violencia juvenil. Y los adolescentes esperan de nosotros que los saquemos del círculo de la exclusión, el abuso y el abandono. Porque ningún adolescente quiere vivir ni morir como un criminal. Ni a nosotros nos interesa que eso continúe ocurriendo.
Presidente Berger, no hay más tiempo que perder. Ejecute de manera rápida y efectiva la política que anunció. Y hágalo con la responsabilidad histórica que significa romper de una vez y por todas con el círculo de la violencia social en Guatemala.