Alias Vampirella28
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 1/8/00
Mientras en el mundo real nos vemos cara a cara con nuestro interlocutor o interlocutora, que sabe exactamente con quién está hablando, en Internet ¡no sabemos! No sabemos quién está realmente detrás del login, del alias o del nombre de la persona con quien creemos estar chateando o imeileando. Detrás de Carmen, española, de 34 años, alta, morena de ojos almendrados y segura de sí misma, podría estar realmente Vicente, joven argentino de 17 años, gordito, pálido, de ojos más bien negros y trágicamente inseguro. Detrás de Vicente podría estar don Pete, viejo verde de Florida en busca de muchachitos.
Ese fingimiento, esa grieta que parece abrir el anonimato de Internet, no es exclusivo de la red, sino que está presente en casi todas las relaciones humanas, virtuales o no. Por carta, por fax o por teléfono, pero también y sobre todo cara a cara: ¿cuántas veces somos frente a los demás como realmente somos?
Por lo general, los seres humanos nos relacionamos mediante un sinnúmero de rejas y fachadas, de máscaras y disfraces. Somos como creemos que los demás querrían que fuéramos. Actuamos. Cuando hablamos fuerte, golpeado, mostrándonos valientes y seguros de nosotros mismos, ¿no es esa nuestra forma de ocultar temores e inseguridades frente a los demás? La muchacha coqueta y provocadora ¿no suele ser más bien el reflejo de una muchacha temerosa, vacía y con gran necesidad de afecto? A menudo los tímidos terminan mostrando más valor y decisión que aquellos que no parecían dudar nunca. Y algunos de los que ostentaban una particular devoción religiosa solían ocultar bajo ese manto la debilidad de sus propias conciencias.
Peor aún: no somos un sólo personaje, somos varios, muchos, dependiendo del público del momento. Fuertes frente a los compañeros, débiles ante los padres, seguros ante las muchachas, inofensivos ante la muchacha, valientes en público, cobardes en soledad. Es una eterna performance en que pasamos de un papel a otro con la facilidad y velocidad con que la audiencia y nuestra versatilidad lo exigen y permiten.
Lo que Internet ha venido a perfeccionar es nuestra calidad camaleónica y los efectos especiales que nos metamorfosean y nos ocultan: Vampirella28 resulta ser un muchacho virgen de veinte años. Claro que siempre hay un sustrato de realidad que asoma detrás de todos los artificios. Nuestra cara, nuestros diálogos y hasta nuestros mensajes virtuales siempre terminan mostrando las propias debilidades, ocultas sólo a medias por los disfraces. Y hasta los disfraces nos delatan en su misma elección reveladora.
Internet o no, el problema de fondo es el mismo: cuanto más inseguros estamos de nosotros mismos menos capaces nos sentimos de mostrarnos ante los demás como realmente somos. Cuanto más miedo tenemos, más insistimos en fingir, en disfrazarnos frente a los demás. Para evitar los riesgos de un desengaño, montamos el engaño desde el primer saludo, desde la corbata y el acento, desde el primer apretón de manos, desde el primer beso. Internet sólo magnifica las posibilidades de nuestros miedos. Y al hacerlo amplifica también la magnitud de nuestros fracasos porque, como los niños, también nosotros sabemos que los globos siempre terminan por reventarse aunque, como los niños, nos ilusionamos pensando que no, que este no explotará o que reventará cuando ya no estemos cerca. Pero revientan. Y por lo general nos revientan en la cara.
La lección es simple. O debiera serlo. Las mejores relaciones humanas no son las más imaginativas, las más emocionantes y más llenas de efectos especiales para el público, sino las más honestas, las más intensas y transparentes para quienes las viven. Siempre tendremos temores y angustias, pero cuanto más seguros y tranquilos estemos de ser quienes somos, menores y más razonables serán esos temores y esas angustias. Entonces se nos hará más fácil permitir que los demás nos conozcan realmente, con nuestros miedos y nuestras valentías, nuestras angustias y nuestras certezas, nuestros vacíos y nuestros afectos. Si nos quieren, nos querrán por lo que somos, no por lo que fingimos ser.
Internet no ha hecho más que evidenciar lo que debiera ser evidente en nuestra vida diaria: cuanto menos disfraces usemos, menos disfraces necesitaremos. Virtuales o reales.