Cuando pase la euforia... ¿qué quedará de la liberalización?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República, 4/2/92
En la economía, como en el fútbol, ¡cómo nos cuesta a los costarricenses manejar la euforia! El éxito que nuestra selección gozó en Italia 90 no tardó en írsenos a la cabeza. En lugar de sacar provecho de la experiencia, echamos las campanas al vuelo, creímos que todo estaba consumado, que habíamos alcanzado ya el desarrollo futbolístico y, en fin, que de ese día en adelante todo se resolvía con un poco de dinero. Entonces, hasta el Banco Central se contagió de la euforia y aprobó --irresponsablemente-- utilizar la reconversión de deuda para crear un fideicomiso para el fútbol. Ya hemos visto los frutos.
Hoy, parece que el turno le toca a la economía. La causa de la euforia no son las variables reales de nuestro desarrollo, en las que más bien encontramos motivo de alarma: la inversión sigue sin recuperarse, las exportaciones no tradicionales crecen muy lentamente, los salarios reales han caído por dos años consecutivos, el desempleo aumenta, los indicadores sociales empeoran... No, la causa de la nueva euforia son los cientos de millones de dólares que, de pronto, el Banco Central ha encontrado en sus reservas. Y, con esos dólares como argumento principal, hemos vuelto a echar campanas al vuelo, proponiendo y decretando una acelerada liberalización financiera que coloca el tipo de cambio a merced exclusiva de la oferta y la demanda. Más aún, al quitarle al Banco Central toda posibilidad de utilizar instrumentos como las sobretasas, los depósitos previos y las presas de divisas, estos proyectos reducen el abanico de instrumentos disponibles para enfrentar los desequilibrios de la balanza comercial a uno sólo: la devaluación.
Esta liberalización del tipo de cambio ha sido recibida con beneplácito por la gran mayoría de quienes se han referido a ella públicamente. El gobierno la presenta, en palabras de don Rolando Laclé, como “una medida fundamental para enmarcarse dentro del proceso de apertura comercial” y don Jorge Guardia la califica de “vital para asegurar el éxito del ajuste estructural”. Cuando se les cuestiona sobre el riesgo de una espiral especulativa contra el colón, que nos vuelva a colocar en apuros semejantes a los de 1981, --cuando el gobierno dejó flotar al colón y éste no hizo más que hundirse--, los impulsores del proyecto se escudan, de nuevo, en la euforia creada por las reservas del Banco Central. Don Jorge Guardia, al anunciar los cambios, señaló que “para mantener el control del tipo de cambio el Banco se apoyará en sus reservas, que utilizará para evitar maniobras especulativas”. Tanto don Jorge como don Eduardo Lizano, otro de los proponentes del proyecto, señalan que estamos en el mejor momento para estos cambios, con buenas reservas y con bajas tasas de interés en Estados Unidos, y con una buena situación macroeconómica. Hasta el Presidente Calderón reconoció que “estas medidas no podrían llevarse a cabo si no hubiera una importante reserva de divisas para frenar cualquier maniobra especulativa”. La pregunta que todos debiéramos estarnos haciendo cae por su propio peso: ¿Qué pasará cuando las reservas no anden tan bien?
Hace menos de un año el propio gobierno externaba su preocupación por la crítica situación de nuestras finanzas externas; y si estudiamos la evolución reciente de nuestras exportaciones, y el riesgo de que las importaciones sigan creciendo conforme se reducen los aranceles, no podemos dejar de reconocer que, por algunos años más, seguiremos padeciendo un importante déficit comercial. Conforme la economía norteamericana se recupere, conforme las tasas de interés suban en los Estados Unidos y bajen en Costa Rica, ¿qué pasará con las hoy excepcionales reservas del Banco Central? Y entonces, cuando haya pasado la euforia y volvamos a los habituales problemas de nuestro sector externo, ¿quién evitará la especulación cambiaria, y quién frenará la devaluación resultante, si el Banco Central --y el Congreso-- renunciaron ya a su responsabilidad, y a los instrumentos para ejercerla?
Si se quiere, la liberalización cambiaria podría verse como el “broche de oro” de un ajuste y una apertura exitosos, en los que el crecimiento económico no sacrifica, sino que sustenta al desarrollo social. Pero impulsar una liberalización cambiaria antes de tiempo, cuando el proceso de ajuste no termina de cuajar, cuando el crecimiento de las exportaciones no tradicionales flaquea, cuando se han retrasado los programas de apoyo a la reconversión productiva, cuando las políticas económicas han frenado la inversión, en fin, impulsar la liberalización cambiaria sólo para aprovechar una coyuntura evidentemente transitoria en las reservas del Banco, puede estar hipotecando el futuro mismo del ajuste y la apertura. El broche de oro se habría convertido así en un mero broche publicitario.