Desarrollo sostenible y globalización
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 15/9/97
Cuentan que cuando algunas tribus norteamericanas tenían que tomar decisiones importantes, se reunían y se hacían una pregunta fundamental: ¿qué efectos tendrá esta decisión sobre las próximas siete generaciones? Esa actitud resume el sentido que debe tener el desarrollo sostenible: que las decisiones de hoy tengan incorporado, desde su concepción, un sentido integral y de largo plazo que tome en cuenta no sólo sus efectos directos e inmediatos, sino también sus efectos indirectos sobre todos los aspectos de la vida social y de nuestra relación con el entorno.
No quiere decir esto que nos podemos desentender del corto plazo, ni de los aspectos particulares o sectorízales de cada decisión. Por el contrario, la sostenibilidad empieza por lo particular y por el corto plazo. Una economía inestable, una sociedad incapaz de asignar recursos al consumo y a satisfacer las necesidades presentes, una sociedad que no puede interactuar con su entorno en el día a día, en fin, una sociedad que no es capaz de administrar su corto plazo, mucho menos puede aspirar a un desarrollo sostenible.
Esto, que parece tan obvio, no siempre lo fue. Hubo momentos en la historia de América Latina en la que muchos parecieron pensar que las restricciones del corto plazo eran sólo un figmento de la imaginación; que bastaba una hermosa visión del largo plazo, con un ambicioso proyecto de desarrollo, para que el futuro validara ese presente irresponsable. Pero un presente irresponsable es el primer paso hacia un futuro insostenible. Así, las crisis estallaron por muchos y muy diversos resquicios: en unos casos la generosidad pública encontró su detonante en las agudas crisis fiscales que llevaron a muchos Estados al colapso financiero; en otros, la falta de esa misma generosidad provocó estallidos sociales que degeneraron en colapsos políticos y amargas guerras.
Estas crisis provocaron un movimiento pendular en el que la preocupación por el largo plazo pasó a un segundo plano, y la administración de la crisis, el manejo urgente del día a día, se convirtió en la preocupación central, casi única, tanto de los países como de los organismos internacionales. Detener la hemorragia que producía la crisis fiscal, acabar con el flagelo de la inflación, terminar con las guerras y guerrillas, en pocas palabras, alcanzar la estabilidad económica y política inmediata, se convirtió en el norte y sur de las políticas. Fueron los años de la estabilización y el ajuste, fueron también los años del retorno a las democracias en América Latina. Hoy, dos décadas más tarde, hemos aprendido buena parte de esa lección: no es posible ser irresponsables en el corto plazo. Sin embargo, los esfuerzos por la estabilización y el ajuste, necesarios como eran, no parecen llevar más allá de… la estabilización y el ajuste. Hemos aprendido a administrar el corto plazo, pero, ¿cuál será el efecto sobre las próximas siete generaciones? Esa es una pregunta para la que no tenemos respuesta. Peor aún, esa es la pregunta que dejamos de hacernos hace ya dos décadas.
Los cambios en la economía mundial, junto con las propias aspiraciones y frustraciones de nuestras sociedades, se han encargado sin embargo de volver a poner esa cuestión en el tapete. Desde el informe del Club de Roma, la preocupación por el carácter global de la vida social, y su sostenibilidad futura, empezó a convertirse en un tema válido y preocupante. La misma preocupación empezó a tomar fuerza en pequeñas comunidades indígenas y campesinas, en las ciudades, en las aulas, y también en los gobiernos. Poco a poco, diversas organizaciones internacionales empezaron a enfatizar cada vez con más fuerza su convicción de que, el corto plazo, sólo tenía sentido como parte de la construcción del largo plazo. El ajuste con rostro humano preconizado por la UNICEF, el desarrollo humano sostenible del PNUD, la relación armoniosa con la naturaleza que enfatiza la Cumbre de Río, y la creciente preocupación del BID y el Banco Mundial por estos problemas, son las mejores muestras de su relevancia.
El seminario recién realizado por Mideplan y el PNUD, con la participación de doce expertos de primera línea en el mundo, y la asistencia de más de mil quinientas personas durante dos días, muestra también el interés nacional por superar ese péndulo absurdo entre el viejo populismo irresponsable y el también viejo e igualmente irresponsable neoliberalismo, para buscar una verdadera síntesis entre el corto y el largo plazo; entre la sostenibilidad ambiental, la social y la económica; una síntesis que nos permita retomar, a partir de las restricciones y problemas que vivimos en el día a día, y del contexto global en el que nos movemos, la preocupación por el largo plazo, por la visión de conjunto, por el desarrollo humano sostenible, en fin… por las próximas siete generaciones.