¿Entre alfas y epsilones?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
El Financiero, 12/6/00
Vivimos una época de desencanto que se refleja en encuestas, seminarios, manifestaciones callejeras y, sobre todo, en la apatía con que nuestros jóvenes ven cualquier tipo de participación política. Sin embargo, creo que buena parte de ese desencanto tiene su origen, no en la política como tal, sino en la economía y, en particular, en esa sensación de que los sectores medios del país se han ido quedando sin salida, sin opciones económicas para mejorar socialmente, sin futuro.
El temor de que el país se nos parta en dos es real. Es real la posibilidad de que sólo algunos puedan acceder a las ventajas y oportunidades que nos ofrecen la globalización, la revolución informática y ese Brave New World que surge ante nosotros y que, como en la visionaria novela de Huxley, estaría poblado por seres claramente diferenciados desde su concepción. Un mundo en que unos nacen, viven y mueren como alfas, educados, con gustos sofisticados y con el poder y la riqueza para satisfacerlos, mientras otros nacen, viven y mueren betas, otros gammas y otros más epsilones, estos últimos apenas con las habilidades necesarias para el trabajo más rudimentario y sin mayores necesidades económicas, genéticamente programados para no tener más gustos que los que podrán satisfacer con los mínimos ingresos que les corresponderán en la división del trabajo y de la vida en ese mundo feliz.
Pero también es real el temor de que, por evitar ese riesgo, el país pierda sus oportunidades de desarrollo y retroceda gradualmente a un empobrecimiento generalizado en el que todos estaríamos peor. Siguiendo con la metáfora de Huxley, esta sería la opción de la reserva indígena: esa parte del planeta ajena al nuevo mundo pero no por ello mejor, sino condenada a la pobreza y la ignorancia generalizadas.
¿Son esas nuestras opciones? ¿Tenemos que escoger entre un mundo moderno y dinámico pero partido en dos y un mundo de menores diferencias pero mayor atraso y pobreza para todos? Ambos – pienso – son inaceptables para los costarricenses, pero ambos son riesgos reales. De ahí la angustia que se siente en el ambiente: sí queremos modernizar pero no queremos hacerlo a costa de la solidaridad.
Todos aspiramos – con justo derecho – a que nuestros hijos vivan un poco mejor que nosotros y, hoy por hoy, eso no parece fácil. Para lograrlo, Costa Rica necesita nuevos motores. Nuevos motores económicos, nuevos motores de integración y movilidad social y nuevos motores políticos. En lo económico, esos motores podrían estar ligados a las oportunidades que nos abre la revolución informática, sobre todo cuando partimos de los esfuerzos históricos que el país ha hecho en inversión social y en educación. En lo social, esto demanda que los sectores medios tengan acceso real a fuentes de trabajo altamente productivas que constituyan instrumentos claros de movilidad y ascenso social. Y necesitamos también una política social agresiva, universal y solidaria que haga llegar esos instrumentos y oportunidades hasta los más pobres, generando cohesión social.
El problema económico y social, sin embargo, conduce de vuelta a la política: ¿cuáles serán esos motores en lo político? Nos urge reconstituir y revitalizar nuestra democracia para estar en capacidad de responder con éxito aquella gran pregunta de Bertrand Russell: “¿Cómo podemos combinar el grado de iniciativa individual necesario para el progreso con el grado de cohesión social indispensable para sobrevivir?”