Entre los Hechos y los Datos
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República (Editorial) 21/4/93
“Lo que confunde a las personas no son los hechos, sino las opiniones sobre los hechos”, reza la cita de Epicteto con que La República acompaña su sección de “Réplicas”. El problema se complica, además, porque las personas no debaten con base en los “hechos”, sino con base en los “datos”, que son la imperfecta pero inevitable forma en que podemos apropiarnos de los hechos, difundirlos, opinar sobre ellos, y debatir. Los datos, sin embargo, no son los hechos. Son sólo una aproximación que a veces es mejor, y a veces es peor. Cuanto más lejos estén los datos de los hechos, menos sustento tendrán las opiniones que se sustenten en esos datos, y más probabilidades habrá de que nuestras conclusiones sean erróneas.
En los últimos meses, por ejemplo, se ha agudizado la preocupación de que los datos sobre inflación no estén reflejando realmente los hechos, es decir, que los datos oficiales del índice de precios no reflejen los aumentos que todos los costarricenses están sintiendo día a día en muchos de los artículos que consumen. Este no es un problema nuevo, y se origina en un fenómeno conocido: la canasta de bienes con que se calcula el índice de precios está construida con base en la información de lo que los costarricenses consumían a mediados de la década de los setenta. Así, unas veces ese índice sobreestimará el verdadero aumento en los precios, y otras veces, subestimará el verdadero aumento de los precios como resultado --por ejemplo-- de una caída en los precios de los cigarrillos.
La nueva encuesta nacional de ingresos y gastos se realizó hace más de cinco años. Es urgente que se utilicen los resultados de esta encuesta para construir un nuevo índice de precios que refleje el consumo real de las familias, y que por unos doce meses se calculen y publiquen ambos índices, para que nuestras opiniones sobre los hechos --el aumento de los precios-- tengan una mejor base, y evitemos el manipuleo político de esa información o desinformación.
Otro ejemplo, probablemente más delicado, se refiere a las cifras de crecimiento de la producción nacional brindadas por el Banco Central. A pesar de los diversos problemas técnicos que siempre rodean la construcción de este tipo de índice, en general los costarricenses habíamos confiado siempre si no en la certeza, al menos en la neutralidad de los datos brindados por el Banco, y en que estos constituían una aproximación no sesgada a la evolución de la producción. Sin embargo, en los últimos dos años han sido tan abultadas las correcciones que el Banco ha hecho a esas cifras, (haciendo que el crecimiento de 1991 no fuera el anunciado inicialmente de un 1% sino de 2.3%, y que el crecimiento de 1992 no fuera de 4.5% sino de 7.3%) que muchos han empezado a preguntarse qué tan confiables han pasado a ser esos datos, qué tan fielmente estarán reflejando los hechos. Es urgente, también, aclarar esta situación, y no por el uso político que unos u otros quieran hacer de los datos, sino por la importancia de que la opinión pública se forme, y las decisiones nacionales se tomen, con base en información fidedigna.
Todo esto requiere algo más que soluciones parciales. Conforme el país avanza en la modernización de su economía, en su integración al mundo, en la actualización de muchas de sus instituciones públicas y privadas, se hace necesario un manejo más moderno y transparente de la información, que es uno de los bienes públicos fundamentales. Por eso, se vuelve cada vez más urgente la necesidad de revivir el proyecto de transformar la actual Dirección General de Estadística y Censos en un verdadero Instituto Nacional de Estadísticas, con la necesaria autonomía y el financiamiento adecuado para que todos los costarricenses, independientemente de nuestro color político, de nuestros intereses sectoriales o gremiales, de nuestra inclinación profesional, podamos utilizar con libertad y confianza toda la información relevante del acontecer nacional.