Expertos instantáneos
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República, 9/4/90
Una de las muchas paradojas que se presentaron en el reciente seminario sobre la política económica costarricense fue la de escuchar al profesor Arnold Harberger –de la Universidad de Chicago- afirmar que él detestaba a esos “expertos instantáneos” que llegan por unos días a un país que apenas conocen y, así, pretenden pontificar sobre las causas y las soluciones a los problemas de dicha sociedad. No bien acababa de afirmar esto cuando él mismo y sus discípulos de Chicago se dedicaron a pontificar sobre los problemas de la economía costarricense, y a recetarnos sin tapujos el “modelo chileno” como la gran panacea para nuestros males.
Estos expertos instantáneos opinan que Costa Rica presenta las condiciones óptimas para experimentar el modelo chileno en un contexto democrático. En otras palabras, se trataría de averiguar si lo que en Chile sólo se pudo hacer parcialmente con quince años de dictadura, puede lograrse en Costa Rica en un lapso que –como afirmó Jorge Guardia- debe oscilar entre los tres y cinco años. Así, después de alabar la habilidad con que Costa Rica ha sabido sortear los embates de la crisis económica sin provocar grandes trastornos sociales, ni poner en peligro la estabilidad de nuestro sistema político, los expertos instantáneos pasaron a señalar –de nuevo paradójicamente- que los dos grandes problemas que enfrenta Costa Rica son un excesivo desarrollo social y una democracia demasiado fuerte.
Con respecto al desarrollo social, argumentan que los costarricenses vivimos demasiado bien; que para las características que tiene nuestra economía, los salarios son demasiado altos, el gasto público es demasiado alto y el mercado interno absorbe demasiados bienes. En pocas palabras, consumimos más de lo que producimos, y lo hacemos a costa de lo que nos prestan en el exterior. Esto, en rigor, es absolutamente cierto. El desarrollo social alcanzado en nuestro país en los últimos cuarenta años, y propiciado en buena medida por el Estado, no se ha visto acompañado por un desarrollo económico igualmente significativo y capaz de financiarlo sanamente. En palabras de economista, nuestro desarrollo social genera una “distorsión” en la asignación de los recursos con que contamos. Pero, ¿son igualmente ciertas las conclusiones instantáneas que de esto sacan los expertos?
Ante la falta de correspondencia entre nuestro desarrollo social y nuestro desarrollo económico, ellos optan por el camino más fácil: desandar lo andado. Ajuste estructural, para ellos, significa liberalizar las decisiones económicas de manera que nuestra avanzada estructura social se ajuste a nuestra todavía débil estructura económica. Es decir, ajustar la calidad de vida hacia abajo hasta que corresponda con nuestra capacidad productiva. En buen español, empobrecernos. Otros, por el contrario, creemos que el ajuste estructural es ciertamente indispensable, pero en la dirección opuesta: tenemos que transformar nuestra estructura productiva para que ésta sea capaz de financiar el tipo de sociedad en que los costarricenses (y no sólo una pequeña parte de nosotros) queremos vivir.
El problema aquí está en cómo se interpreta la eficiencia y la competitividad: la competitividad de un país puede mejorar porque aumenta su capacidad productiva, pero también puede aumentar porque dicho país esté dispuesto a cobrar menos por el uso de sus recursos productivos. El primero, es el camino de desarrollo, el segundo, lleva a perpetuar el subdesarrollo y la pobreza. Para nuestros expertos instantáneos no parece haber diferencia: en ambos casos, se eliminan las “distorsiones”... y sólo eso parece importarles.
En este punto, el problema de la democracia es vital para definir nuestra “opción preferencial” por el desarrollo o el subdesarrollo. Según los expertos de Chile y Chicago, el exceso de democracia que se vive en Costa Rica es un problema en la medida en que las decisiones económicas se toman como decisiones políticas: hay muchos grupos de presión, gremios, organizaciones laborales y comunales, cámaras empresariales y otras organizaciones de ciudadanos que pretenden influir (gran pecado) en los procesos de toma de decisiones; esto se agrava por la interferencia política de Poder Ejecutivo, manchada a su vez por el deseo de ganar las elecciones cada cuatro años, lo cual hace que se tienda a ceder (otro gran pecado) a las presiones del electorado.
Frente a estos problemas hay, de nuevo, una solución instantánea: se nos propone reducir al mínimo el poder del Estado sobre las decisiones económicas, de manera que éstas se guíen exclusivamente por los criterios de la eficiencia y la rentabilidad privada. Y, por si acaso esto no es suficiente, hay que reducir también la influencia de todos aquellos grupos de presión que, al no tener acceso directo al poder económico, tratan de usar al Estado y sus instituciones para influir en los criterios de distribución de la riqueza nacional. En pocas palabras, dado que la democracia estorba el libre funcionamiento de las fuerzas económicas, restrinjamos la democracia.
Para desgracia de los expertos instantáneos (y sus colegas locales), no es esa la posición mayoritaria en nuestro país. Reconocemos los defectos de nuestras instituciones, sus excesos y limitaciones, y por eso mismo, creemos que una profunda reforma institucional es indispensable para el éxito del proceso de ajuste estructural en que nos encontramos comprometidos. Pero también reconocemos los méritos indiscutibles de la institucionalidad costarricense, y nos enorgullecemos del tipo de sociedad que estamos construyendo.
Contrario a lo que sugieren los expertos instantáneos, la plena incorporación de Costa Rica a la economía mundial debe darse sobre la base de la ampliación de nuestra democracia política, la generalización del desarrollo social que hemos alcanzado, la democratización de nuestra economía, y el aumento permanente de nuestra capacidad productiva. Esto, ciertamente, es un proceso más complejo que la búsqueda simple de equilibrios económicos en un mundo ideal; pero nuestro mundo es el mundo de la gente y sus instituciones, con sus desequilibrios y sus distorsiones, con sus esfuerzos y sus defectos, con sus angustias y sus triunfos... es el mundo real.