Frente a la privatización: ¡El Chayote!
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República, 12/10/93
Decía Emilia Prieto que el chayote era el mejor símbolo de los costarricenses: que tenemos una enorme facilidad para achayotar todo lo que copiamos del exterior. Así, achayotamos la música mexicana y caribeña cuando la adaptamos a nuestro estilo; achayotamos las modas europeas para que no nos resulten demasiado llamativas; achayotamos los conflictos sociales típicos de otros países, para resolverlos dialogando y negociando, más que dándonos de golpes... o de tiros. Bien se decía en los años de la revolución sandinista que, en Costa Rica, nuestro slogan no habría sido “¡Patria Libre o Morir! sino ¡Patria Libre... o excoriaciones leves!”. En fin, achayotar parece ser nuestra manera de apropiarnos del mundo. Y esto no debemos entenderlo peyorativamente, todo lo contrario, como bien muestra nuestra historia: ¡el chayote tiene su gracia!
También en el campo de la participación estatal en la economía hemos recurrido al achayotamiento de las tendencias internacionales. No es que hayamos sido totalmente originales, ya que la originalidad total ni existe, ni es un valor en sí mismo. Se trata, simplemente, de entender la “originalidad de nuestra copia”.
Después de la Gran Depresión, y la Segunda Guerra Mundial, muchos países empezaron a dudar --con razón-- de que las fuerzas del mercado fueran suficientes para sacarlos del subdesarrollo y avanzar en la lucha contra la pobreza. Del buen diagnóstico, sin embargo, sacaron las conclusiones equivocadas, y procedieron a una estatización extrema de sus economías, creyendo que la acción estatal masiva era el remedio adecuado para las fallas del mercado y las limitaciones que, en ese momento, mostraban los sectores privados. También en Costa Rica se incrementó la participación del Estado, pero el péndulo nunca se movió hacia la estatización tanto como en otros países. Lejos estuvo el estado costarricense de alcanzar el peso relativo del estado chileno, ni de contar con los miles de empresas que caracterizaban al mexicano.
En la década de los ochenta, el péndulo internacional se fue al otro extremo. Frente a los embates de la crisis, las limitaciones del intervencionismo estatal se hicieron evidentes, y muchos países optaron por la receta neo-liberal: del Estado máximo, se movieron hacia el Estado mínimo. Esto no sólo ha ocurrido en el Tercer Mundo, sino también en el primero: fueron los años de Reagan y Bush en Estados Unidos, de Thatcher en Inglaterra. Y fueron también los años del neoliberalismo de Pinochet en Chile, y del auge de las tendencias privatizadoras en todo el continente. De nuevo, la situación en Costa Rica era distinta: si no habíamos caído en el pecado del estatismo masivo de otros países, tampoco teníamos por qué caer en la nueva moda de la privatización a ultranza. Podíamos seguir achayotando las modas, para adaptarlas a nuestras necesidades y a nuestro modo de ser.
No quiero decir que no hubiera campo para la privatización en Costa Rica. Lo hubo, y lo hay. Probablemente el mejor ejemplo lo representan las empresas de CODESA: un fracasado intento de utilizar al Estado para promover el desarrollo de empresas que, una vez funcionando en forma rentable, debían pasar a manos privadas. El experimento fracasó, y la privatización estaba más que justificada. También puede justificarse la privatización de otras empresas estatales que --como FANAL-- tuvieron sentido en el pasado, pero parecen haberlo perdido en el mundo actual. En distintas instituciones encontramos también actividades que pueden operar mejor bajo una administración privada: imprentas, fábricas de muebles, servicios de reparación y mantenimiento, y otras más. También hay espacio para recurrir a instrumentos modernos de contratación que permitan al Estado ejecutar con mayor flexibilidad determinados componentes de su quehacer.
Lo que no tiene sentido en Costa Rica, es aplicar a rajatabla la receta neo-liberal de privatizar actividades, programas o instituciones que, como RECOPE, no sólo han jugado un papel importante en la promoción del desarrollo económico y social del país, sino que pueden seguir haciéndolo en forma eficiente y solidaria. Lo que estas instituciones requieren --al igual que muchas empresas privadas-- es una “reconversión” o, para usar los términos de moda, una reestructuración o “reingeniería” de sus procesos.
Así como achayotamos el estatismo masivo de los años cincuenta a los setenta, tenemos que achayotar hoy el énfasis simplista y majadero en la privatización como el único instrumento válido de reforma del Estado. Pensemos primero en cuáles son los objetivos, cuáles las restricciones (financieras, institucionales, socio-políticas y humanas), y cuáles las reformas que se requieren para que Costa Rica pueda modernizarse y apropiarse del mundo sin perder, por ello, su identidad. Para eso, no hay dogma que valga... sólo el chayote.