Ingobernabilidad: el dedo en la llaga
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, Mayo de 1995 Los discursos del 1 de Mayo suelen ser largas alocuciones en las que el Mandatario lee un detallado recuento de todos los logros --reales o supuestos-- de su gestión durante el año recién pasado. Los días que siguen sirven para que su oposición cuestione los logros y recuerde los yerros y las promesas incumplidas, en tanto que sus partidarios insistirán en lo ya logrado y, mejor aún, en lo que se logrará durante el nuevo año.
Esta vez las cosas fueron distintas, ya que si bien don José María guardó una tercera parte de su alocución para el necesario rendimiento de cuentas sobre la labor cumplida, dejó tanto el inicio como el final de su discurso para plantear un tema que si bien todos hemos comentado de una u otra forma, del que todos nos hemos quejado en un momento o en otro, un tema que todos sufrimos y al que de diversas maneras todos contribuimos, nadie se atrevía a poner en su justa dimensión: el tema de la ingobernabilidad.
Algunos han querido trivializar la referencia al tema aduciendo que es el Gobierno el que no tiene capacidad de gobernar, y que sólo busca una excusa. Otros, han querido reducir la ingobernabilidad a la incapacidad de lograr acuerdos políticos entre los partidos mayoritarios. Y otros, los más irresponsables, han querido incluso sacar provecho político del argumento, sugiriendo un supuesto interés por gobernar de facto. Pero el discurso valió: el tema quedó planteado, y tanto los medios como diversos analistas han tomado el guante.
Por supuesto que todo Gobierno tiene su cuota de responsabilidad en cuanto a la capacidad de gobernar se refiere, y el Presidente Figueres empezó su discurso reconociendo públicamente --como tampoco es frecuente-- los errores cometidos durante su primer año de gestión. Pero el problema de la gobernabilidad no es simplemente un problema de gobierno, es un problema de la sociedad en su conjunto.
Si algo ha caracterizado a Costa Rica a lo largo de su historia, marcando la diferencia de fondo con muchos otros países, ha sido precisamente la capacidad de resolver institucionalmente sus conflictos, la capacidad de gobernarse en forma democrática y solidaria. Esto ha tenido sus costos: la democracia puede ser más lenta y complicada como instrumento para tomar decisiones colectivas que los regímenes autoritarios que tantos “milagros” dicen haber producido. Pero tales milagros suelen durar poco, en tanto los frutos de la democracia permanecen en el tiempo.
El problema que hoy enfrentamos, y que el Presidente resaltó en su discurso, es el debilitamiento de esa capacidad histórica para lograr grandes acuerdos nacionales y traducirlos en realizaciones concretas, sean estas públicas o privadas. Las épocas de grandes cambios en nuestro país han sido aquellas en las que se logra un gran consenso nacional sobre las metas que nos guían, sobre los beneficios y los costos que esas metas implican, y sobre cómo queremos los costarricenses distribuir esos costos y esos beneficios. Y aunque no hace falta asumir una posición idílica sobre un pasado igualitario y plenamente solidario, sí tenemos que reconocer que la mayor debilidad que muestra hoy por hoy la sociedad costarricense es esa incapacidad para colocar los intereses nacionales, y los intereses de los más débiles, por encima de los intereses particulares de los diversos grupos sociales. Hoy es más importante mi empresa, mi sindicato, mi institución, mi cámara, mi club, mi colegio, mi barrio, mi cantón... que el bienestar del país. Queremos que el Gobierno cumpla, que haga las obras sociales y de infraestructura que nos ofreció... pero que sean otros los que paguen. Queremos exenciones, carreteras, escuelas y pensiones... pero sin asumir obligaciones.
Por eso decimos que la gobernabilidad no reside simplemente en el gobierno, reside en nuestra capacidad para recuperar el sentido de sociedad y la ética de un desarrollo que, para ser sostenible, debe ser a la vez eficiente y solidario: esos son los únicos milagros duraderos, y sólo surgen de la verdadera voluntad de concertar, es decir, la voluntad de ceder en mis privilegios particulares en aras del bienestar general. A eso se refería el Presidente, pero no es un tema que nos haga sentir cómodos, y es por eso que muchos prefieren evadirlo o trivializarlo.