Juana de las mil causas
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 11/1/00
¿Por qué murió Juana de Arco? ¿Por qué vivió y luchó la doncella de Orleáns? La respuesta que nos da Luc Besson sorprende por su simple complejidad: Juana no vivió, ni luchó, ni murió por una sino por muchas causas. Causas tan diversas y contradictorias que Juana misma – en la intensa representación de Milla Jovovich – agoniza en su martirio más por la duda que por el fuego: ¿por qué muero? ¿Cuál fue mi causa?
Juana muere el 9 de mayo de 1431. Tenía diecinueve años. Dos años antes, su coraje y convicción lograban que – en un acto que no podría catalogarse más que como descabellado – el Delfín de Francia la pusiera al mando de un ejército con el que Juana logró la impensable recuperación de Orleáns, y la vergonzosa derrota de los ingleses en Loira. De lo que sabemos, su coraje y convicción surgen de la intensidad de sus dos amores: Dios y Francia. Esa era su causa, y Besson nos muestra cómo se entretejen en ella guerra y fe, muerte y gloria, amor a Dios y odio al enemigo, patria y sangre. Y la sangre será lo único que logre despertar dudas en Juana cuando, en medio del éxtasis de la victoria, sienta de cerca la muerte y el sufrimiento que ella misma ha provocado. Eso es lo único que altera su fe y su patriotismo, aunque sólo por un momento. Las grandes causas no dan para más.
La gesta de Juana revive a Francia, le devuelve la esperanza y abre el camino para la coronación de Carlos VII. Los motivos de su fe parecen confirmarse con el triunfo de su causa, aunque sólo por un momento. Las grandes causas, en efecto, no dan para más: un mundo de tantos Dioses, tantos poderes, tantas patrias, tantos reyes y tantos intereses no es un mundo para las Juanas que viven y mueren por una causa. Traicionada y vencida, sola en su celda, Juana enfrenta antes de morir el peor suplicio que puede enfrentar un héroe o un santo: duda.
Al final, los diálogos que la enfrentan consigo misma – en la figura de Dustin Hoffman – muestran cómo Juana, que creyó vivir y morir por una causa, empieza a entenderse mejor frente a la duda. ¿Cuánto debía su amor a Francia al odio a los ingleses? ¿Le hablaban sus visiones, o se hablaba con ellas a sí misma? ¿Cuánto del odio venía por la afrenta a la patria, y cuánto por su hermana asesinada y violada en su presencia? Las señales que la guiaron ¿eran tales, o fue su convicción la que las transformó en señales? ¿Era un instrumento de su Dios y su Patria... o los transformó en instrumento de su gesta? En fin ¿por qué había vivido, por qué moría?
En la voz de Hoffman, Juana intuye una respuesta: nunca hubo una sola causa. Fueron muchas causas simultáneas, sublimes y triviales, nobles y no tan nobles, las que hicieron posible su convicción y su gesta. Juana – como cada héroe, como cada santo – no hace sino presentarnos en superlativo los dilemas que todos enfrentamos en nuestros diarios por qués: por qué vivimos como vivimos, por qué trabajamos tanto, por qué nos dedicamos con ahínco a luchar por esto o por aquello, por qué unas veces amamos, otras veces odiamos y tantas más somos indiferentes. En fin ¿por qué vivimos?
Y es terrible cuando se nos quiere hacer creer que vivimos – o debemos vivir – por una sola causa. La vida es mucho más rica y compleja, más contradictoria y ambigua. Lo que hacemos con ella, lo hacemos por la combinación de diversas razones, nunca por una sola. Trabajamos porque tenemos que ganarnos la vida, porque necesitamos que se nos valore, porque nos mandan, porque nos gusta, porque es la costumbre, porque queremos estar con los demás. Comemos y dormimos por la necesidad de nutrirnos y de descansar, por el gusto o el placer de hacerlo, para pasar un rato con los amigos... o sin ellos. Somos buenos con los demás porque creemos que eso está bien, porque nos gusta, porque los amamos, porque queremos que sean buenos con nosotros y porque nos da miedo que no lo sean.
Valores, miedos, costumbres, pasiones, razones, amores, intereses, fuerzas, gustos, inercias y simpatías... todos se juntan e interactúan para hacernos vivir. No busquemos pues una causa, tratemos de entenderlas todas en su interacción. Entendiéndolas, las veremos transformarse. Tal vez entonces podremos vivir mejor, amar mejor y – como Juana – morir mejor.