La eficiencia del egoísmo
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 18/7/00
Como reconocía el propio Marx en el Manifiesto Comunista, la economía de mercado es la forma más dinámica y eficiente de organización social que conocemos y, sin duda, la que ha permitido los mayores avances en la historia de la humanidad.
Este dinamismo no surge de las buenas intenciones de los hombres ni de una preocupación explícita por satisfacer las necesidades sociales básicas, sino de motivaciones individuales mucho menos altruistas y nobles, pero terriblemente efectivas cuando se ven acicateadas por la competencia. Bien advirtió Adam Smith que “no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos obtener nuestra comida, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurrimos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás les hablaríamos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos sacarán”.
Pero... ¿podrán realmente los niños del mundo esperar su comida, su salud, su educación y la satisfacción de sus derechos básicos, no de la solidaridad sino del propio interés de cada uno de nosotros, tal y como se refleja en los mercados (más, o menos competitivos) del mundo?
De nuevo, es Adam Smith quien nos ayuda a poner las cosas en su lugar: no, no basta el egoísmo del panadero y el carnicero, ya que “por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”. Smith considera que la simpatía, esa capacidad y necesidad solidaria de identificarnos con los demás, de alegrarnos con ellos y sufrir con ellos, es también una condición esencial del ser humano y de la vida en sociedad.
Y entonces, ¿apostamos al egoísmo, al propio interés y a la eficiencia... o apostamos a la simpatía y la solidaridad? Bertrand Russell resumió este dilema en una pregunta contundente: “¿Cómo podremos combinar el grado de iniciativa individual necesario para el progreso con el grado de cohesión social indispensable para sobrevivir?”
Ha sido precisamente la capacidad de combinar de manera creativa acción privada y acción colectiva, incentivos y derechos, economía y política, la que ha permitido algunos de los avances más importantes de la historia, y también de las últimas décadas. En los países subdesarrollados, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad desde 1960. La cobertura de educación básica se ha duplicado. El acceso a agua potable para las familias rurales ha pasado del 10% al 60%. Los niños que nacen hoy en estos países esperan vivir 62 años, y no los 46 que esperaban vivir quienes nacieron en los años sesenta.
Son logros impresionantes, pero son logros que palidecen aún frente a nuestros fracasos. Y no sólo por las abrumadoras desigualdades que siguen existiendo, sino por la forma conformista y complaciente en que nos comportamos frente a ellas.
De acuerdo con datos del PNUD, lograr educación básica para todos los niños del mundo costaría $6 mil millones anuales. ¿Inalcanzable? Eso es menos de los $8 mil millones que se consumen en cosméticos anualmente en Estados Unidos. Tener servicios de agua y saneamiento para todos costaría $8 mil millones anuales. ¿Imposible? Es menos de los $12 mil millones que los europeos gastan al año en helados. Lo que se gasta anualmente en perfumes en Europa y Estados Unidos permitiría invertir $12 mil millones que darían atención de salud reproductiva a todas las mujeres del mundo. Y podríamos invertir los $13 mil millones que se necesitan para universalizar los servicios de salud básica y nutrición con tres cuartas partes de los $17 mil millones que se gastan en comida para perros y mascotas en Estados Unidos y Europa. En fin, universalizar todos estos servicios básicos en todo el mundo costaría $40 mil millones anuales... ¿Está realmente fuera de nuestro alcance una suma que es menor a los $50 mil millones que se fuman y esfuman anualmente en Estados Unidos y Europa? ¿Son esas realmente nuestras prioridades?
Contrario a lo que suele afirmarse, lo que tenemos entre manos no es un problema económico de escasez e ineficiencia sino un problema ético y político: una escasez de solidaridad. Sin ella, la eficiencia del egoísmo se vuelve inmoral.