“¡Mi papá es un cronopio!”
Leonardo Garnier

Maricel Sequeira, PROA: La Nación – Domingo 2 de Diciembre, 2007
“Mi papá es un cronopio. Es idealista y noble, pero cuando tiene que hacerse sentir, lo hace. Es muy tierno, pero se le ocurren unas maldades... No las hace, pero de que se le ocurren se le ocurren”, dice su hija menor. La joven compara a su padre con los personajes de un famoso cuento de Julio Cortázar que representan diferentes características del ser humano.
Podría decirse también que Leonardo Garnier se parece a uno de los personajes que aparecen en sus propios cuentos, uno que, liberado del escrutinio de los otros, se divierte a sus anchas paseándose por las páginas y renglones de otras historias. Al igual que el personaje de su historia, él admite que le gusta pasar la página cada cierto tiempo. “Me ahoga un poco pensar en estar 20 años en el mismo trabajo, no me lo imagino”. Por eso, el hoy ministro de Educación ha transitado varias veces los caminos de la academia, de la política, de las asesorías en política social y también de la creación literaria.
Cuando la hija describe al padre como un idealista –admite que puede estar sesgada– , está sentada junto su mamá, ambas en un mismo silloncito, acurrucadas..., menuditas. La esposa escucha la frase y no se afana en esconder una mirada amorosa que moja a su marido como llovizna de diciembre. Es sábado y hace frío, pero la casa es abrigada, grande y señorial, aunque no ostentosa. Acaban de mudarse de una de sola una planta, a esta de dos pisos, porque “la arquitectura nos invadió la otra”, dice el ministro, secundado por las risas de la propia Isabel, estudiante de arquitectura y ligeramente propensa a dejar las cosas tiradas por ahí.
Hay risas dentro, y se siente un aire de confianza y complicidad entre el ministro y sus tres mujeres: Marie e Isabel, sus hijas veinteañeras, y su esposa, María Marta Ortiz. Hay una cuarta “dama”, la que me recibió junto al funcionario. Se llama Maggie , una perra boxer, descartada al nacer porque salió blanca, con un ojo negro y otro como el de Marilyn Manson, solo que el de ella es real. Ellos la salvaron porque pensaron que sería una perra lindísima a pesar de –o debido a– su imperfección. Maggie es tranquila. Las otras tres son dinamita; explosivas, extrovertidas, graciosas, seductoramente irreverentes. Él es cálido, y ríe distendido ante las ocurrencias femeninas. Se le escapa cierto orgullo de reinar entre reinas.
Ministro subversivo
Leonardo Garnier se dice subversivo. La palabra se adhirió a su imagen por la columna que mantuvo por varios años en las páginas de opinión de este diario, llamada Sub/versiones .
Con esta columna, dice, aprendió sobre el poder de la prensa, porque tardaba más tiempo contestando correos que escribiendo la columna. También aprendió el poder de la síntesis, porque tuvo que adaptarse a la dictadura del espacio que impera en los medios escritos. “Si te dicen 2.700 caracteres es eso y no hay forma de revocarlo”. (¡Y me lo dice a mí...!). “Cuando escribís algo sintetizado, que enganche a la gente, hay muchas más posibilidades de ser leído y comprendido que si escribís textos muy largos, dice un poco incrédulo.
–¿Si es subversivo, contra qué se rebelaría ahora?
–“Contra todo”, responde sin mucha duda. “Hay gente que interpreta la palabra ‘subversión’ como ‘revolución’. Cuando empezaba en el ministerio, en una reunión con unos sindicatos, me preguntaron qué pretendía decir yo con eso de que quería un ministerio de Educación subversivo. “Una de las tareas que debe cumplir un ministerio de Educación es preparar a la gente para vivir en la sociedad que existe. Debe darle elementos para que pueda cuestionar las cosas que no le gustan de la sociedad en que existe y tratar de cambiarlas”. “Se trata de subvertir el orden, sin que el orden deje de funcionar. No se pueden producir un montón de desadaptados que después no pueden vivir en sociedad, eso no funciona. “Creo que rescatar el arte en la educación; devolverle a los directores de colegio la autoridad, eso es subversivo”.
De su boca salen, fácilmente, las palabras sobre sus proyectos en el ministerio, sobre la recuperación de las clases de arte, de lógica, para que los nuevos ticos aprendan a distinguir entre lo falso y lo verdadero, y no se enreden en supuestos erróneos. También surgen las clases de ética y su “transversalidad” con la estética. Dice que no entiende cómo, en un examen sobre Hamlet , a los muchachos les preguntan en qué capítulo murió Ofelia , y se ignoran todos los dilemas éticos que enfrenta el personaje.
Brotan fáciles las palabras al hablar de los seres que lo influenciaron en la vida. Entre otros, Claudio Gutiérrez, su profesor de Lógica; Robert Heilbroner, economista que dirigió su tesis de doctorado y quien lo hizo elegir entre escribir para intelectuales en torres de marfil o para ser entendido por una mayoría.
Sin embargo, cierta timidez lo hace tartamudear al responder preguntas sobre sí mismo.
–¿Se define usted como un idealista, se siente un cronopio?
–Una de las cosas que uno agradece de la educación que tuvo es cuando hace que los demás te importen; como que el sentido de la vida está en qué va a significar mi vida para los demás. Eso siempre me ha parecido importante. “Y lo otro es que me encanta joder”, agrega lanzándome una mirada desde un par de ojos pequeños que, de cuando en cuando, libran una batalla contra una amenazante melena casi blanca, causante de debates en esta sociedad nuestra, más preocupada por la forma que por el fondo.
Se abre un paréntesis en la conversación para relatar una anécdota a raíz del debate generado por su frondosa cabellera. “Una de las cosas más divertidas que me han pasado fue cuando, de visita en una escuela, un chiquillo me preguntó si yo le daría un autógrafo. Yo le dije que claro, que encantado. Entonces mandó a traer su cuaderno de vida. Me puso a firmar en una página con textos y muy colorida. Y yo, orgullosísimo, lo firmé. En eso, me dice mi asesora: ‘¿Usted se dio cuenta de lo que decía esa página?’. ‘Noup , yo solo firmé’. ‘Pues ahí decía: ‘Tener el pelo largo no es delito’”. Y ríe a carcajadas.
Se cierra el paréntesis. “La idea de molestar no es de dañar a alguien, pero sí de cuestionar. Si algo me gusta de dar clases es agarrar a un estudiante y hacerlo cuestionarse lo que piensa, moverle el piso, que sienta que hay otras cosas en el mundo, otros valores. Así se provocan cambios, la gente vive cosas más interesantes y goza más”.
Idealista pragmático
Garnier no es un hombre religioso, pero, curiosamente, varios sacerdotes han tenido gran influencia en su vida. Uno de ellos es Jorge Arturo Chaves, autor del libro La ética de lo posible. “Jorge Arturo dice que si la utopía no está mediada por hechos, se queda solo en un sueño que no sirve. El riesgo contrario es quedarse con el pragmatismo que dice: ‘no se puede hacer más que esto, entonces ni siquiera trato’. Su consigna es: ‘busque hacer el máximo de bien posible, pero tiene que ser posible’ ”.
La política es un buen escenario para cumplir esa máxima. Sin embargo, el paso de Garnier por la política será vuelo de gaviota. Lo interrogo sobre una eventual postulación para el 2010 y responde Marie, su hija mayor: “No, esa no es una opción, él lo sabe”. Él asiente: “Nunca he trabajado tanto como ahora, hemos sacrificado mucho la vida familiar. Antes era muy intensa. Ahora solo podemos disfrutar los desayunos familiares del fin de semana.
Y hablando de tiempo, le pregunto qué le ha dejado el paso de los años, además de la inexorable presbicia y el pelo blanco. “Más confianza en mí mismo. Cuando estaba joven, dudaba de mis decisiones y de cómo las recibiría la gente. Ahora uno se atreve a hacer un montón de cosas que antes ni se imaginaba. Ahora uno se compra broncas, si sabe que es lo correcto; antes me daba más miedo. Eso es rico”.