Mujeres en Política
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República (Editorial), 17/10/93
A partir del 8 de mayo de 1994, una mujer volverá a ocupar la Segunda Vicepresidencia de la República. Rebeca Grynspan o Mabel Nieto continuarán por el camino recién abierto por doña Victoria Garrón. Estas mujeres, candidatas por derecho propio, reúnen ambas las cualidades personales y profesionales necesarias para servir de ejemplo a nuestras hijas --y todavía más a nuestros hijos-- de los derechos y responsabilidades que deben cubrir por igual a los hombres y mujeres.
Pero el hecho de que una mujer ocupe un cargo tan alto como la Vicepresidencia, y eventualmente la Presidencia de la República, no debe ser entendido como un fin en sí mismo, sino como un símbolo de una transformación mucho más profunda de nuestra sociedad. En efecto, en los últimos 45 años hemos pasado de una Costa Rica en la que las mujeres no tenían siquiera el derecho al voto, a una Costa Rica en la que pueden aspirar a los más altos cargos. Con la consolidación de la educación mixta, con la incorporación cada vez más amplia de la mujer al mercado de trabajo, con el ingreso masivo de las mujeres a nuestras universidades, con el ascenso de la mujer a posiciones ejecutivas y de mando en nuestras empresas privadas, con la creciente participación de la mujer en la vida artística del país, hemos ido construyendo una sociedad diferente, una sociedad que se empieza a abrir por igual a todos sus miembros.
El proceso, sin embargo, apenas se inicia. Estas no son transformaciones que se puedan lograr de la noche a la mañana. Estas no son transformaciones que se puedan definir por decreto --aunque leyes y decretos puedan contribuir a su consolidación. Al afectar tanto los roles institucionales como las costumbres y la cultura nacional, este tipo de transformación toma varias generaciones para rendir realmente sus frutos, y es en esa perspectiva que debemos entenderla. Cuando se escriba la historia de nuestra época, no serán los programas de ajuste estructural, ni los equilibrios macroeconómicos, ni la deuda externa, ni siquiera los conflictos políticos de turno, los que marcarán la diferencia, sino esos cambios profundos en la cultura nacional, como el que se refleja en la transformación radical de la participación de la mujer en un reducido lapso histórico: menos de medio siglo.
Pero el proceso no sólo ha sido lento, sino que ha sido unilateral. Y en esta unilateralidad podríamos encontrar uno de los mayores riesgos para su consolidación. En efecto, si bien hemos avanzado mucho como país en abrir a la mujer las puertas de los que hasta hace unas décadas eran los dominios exclusivos del hombre, no hemos avanzado prácticamente nada en el proceso complementario: los hombres siguen sin incorporarse para nada en ese mundo que sigue siendo deber y derecho exclusivo de las mujeres, el mundo del hogar y de la vida familiar.
Esto tiene claras consecuencias para las mujeres, cuya incorporación al estudio, al trabajo, a la política y al arte, no suponen una “liberación”, sino una carga adicional. A las tareas y responsabilidades del trabajo del hogar se agrega, ahora, los del trabajo remunerado, la participación social y la vida pública. No es extraño, por eso, que todavía encontremos tan pocas mujeres en los altos puestos de la vida política nacional, o del mundo de los negocios. Esos puestos, tradicionalmente ocupados por hombres cuya única responsabilidad familiar es la de proveedores económicos, son puestos poco dispuestos para quien tiene además que responder por el buen funcionamiento de la vida familiar. Mientras no se compartan realmente las tareas y responsabilidades de la vida familiar, difícilmente podremos compartir plenamente en la vida profesional y pública.
Pero esto también tiene consecuencias graves para los hombres, que se han concentrado en el “mundo externo” del trabajo y la vida pública, menospreciando la vida doméstica. Se pierden así lo mejor que la vida puede ofrecer. Se pierden la relación íntima con los hijos y las hijas, tienen poco tiempo para compartir con sus esposas, y subestiman como pequeños los asuntos que realmente importan, y que son los que afectan a sus seres más cercanos. Mientras los hombres no participen más intensamente en la vida del hogar, la igualdad real seguirá incompleta, y no podremos alcanzar nuestro máximo potencial como sociedad.
Esperemos que los ejemplos de Mabel Nieto y Rebeca Grynspan contribuyan tanto a consolidar la participación pública de la mujer, como a enriquecer la vida privada del hombre.