Ni milagro, ni chiripa
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
El Financiero, 2/10/00 Nos encanta que Claudia Poll vaya, nade, gane para nosotros el oro, la plata y el bronce pero... ¿hicimos lo que hace falta para merecer esas medallas? Al menos en la natación tenemos el trabajo tesonero y sistemático de muchachas y muchachos que, junto a entrenadores como Francisco Rivas, han hecho – ellos sí – lo que había que hacer. Pero hace una década ocurrió otro milagro con el fútbol. Italia 90 nos puso en las nubes. Aún gozamos con el recuerdo de Bora, los Gabelo, los Cayaso. Pero ¿hicimos la tarea? No, no la hicimos antes, ni mucho menos después de la gesta. A diez años, seguimos apostando al chiripazo.
Las cosas no son muy distintas en política. Se levantó un arsenal de expectativas alrededor de la posibilidad de que Oscar Arias pudiera volver a la presidencia. ¿Por qué? De nuevo, porque querríamos que nuestros problemas políticos se resolvieran como por arte de magia. Como si fuera cuestión de cambiar al entrenador o al líbero. Como si existiera la Claudia Poll, el Rivas o el Bora de la política. Pero ni en fútbol ni en política vamos a resolver nuestros problemas por arte de magia, ni por milagro ni por chiripa.
Nuestro reto es doble. Tenemos que saber enfrentar los problemas técnicos: saber qué hacer, pero sobre todo saber cómo hacerlo, entendiendo cuáles son los retos, cuáles son nuestras posibilidades y nuestras limitaciones, y actuando sistemáticamente como sociedad para alcanzar nuestros objetivos. Esto no es fácil, pero es lo menos difícil.
Lo más difícil es saber enfrentar el problema político. Y no me refiero a los problemas partidarios, a la gastada retórica de la ingobernabilidad, o a la escasa visión y liderazgo de los candidatos. Me refiero a la política en serio: a la capacidad que tengamos como sociedad para ponernos de acuerdo sobre esas cosas que queremos hacer, sobre cómo queremos hacerlas y – sobre todo – sobre cómo distribuir y redistribuir los beneficios y los costos de esas transformaciones.
Y es que a veces parece que bastaría con explicar bien las reformas para que todo el mundo estuviera de acuerdo, como si el problema fuera simplemente técnico. ¿Quién podría estar en contra del progreso?- dirán algunos. Pero hay progresos y progresos. La pregunta: “Progreso ¿para quién?” es completamente legítima, y si el para quién fuera más claro, sería también más claro quiénes apoyan y quienes sabotean cada reforma. Frente a cada medalla que quisiéramos alcanzar como sociedad, deberá estar muy claro para quién es el premio y, en especial, de quién es el esfuerzo y el sacrificio que lleva a conseguirlo.
Para algunos, el oro que buscamos se puede lograr mediante una curiosa alquimia financiera. Como si fuera cuestión de vender esto o vender aquello. Como si bastara privatizar, o cambiar el nombre a la moneda. En esos casos, las reformas que se proponen dejan de lado lo principal: el esfuerzo que tenemos que realizar para desarrollar al máximo nuestra capacidad productiva – nuestro capital humano – y para que todos, no sólo unos pocos, puedan percibir las ventajas de ese esfuerzo.
Pero no hay tal alquimia. Como el de Claudia, el esfuerzo que debemos realizar es grande y sostenido. Y si queremos que sus frutos se distribuyan, la redistribución debe estar presente en el esfuerzo mismo. Por eso, no basta la magia, ni la alquimia. Ni siquiera basta la buena técnica. Hace falta la política, y la valentía para distribuir equitativamente los beneficios y las cargas del desarrollo.