Niños mortales
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
El Financiero, 19/3/01
Nada golpea más que la muerte innecesaria de un niño, de una niña. Nada, excepto que esa muerte nazca de la mano de otro niño. A la tragedia del niño muerto se agrega entonces la tragedia del niño victimario. Por eso asombra la frecuencia con que, en los Estados Unidos, niños de escuela se vuelven contra sus compañeros y, empuñando eficazmente armas que consiguieron con facilidad escalofriante, los hieren y los matan. Así de simple. Niños que matan niños.
El problema no está sólo en las motivaciones de estos asesinos infantiles: que si estaban frustrados, que si los habían ofendido, que si se sentían excluidos, que si los amenazaban o los agredían. Eso no es nuevo y, en mayor o menor medida, ocurre en todas las escuelas de todos los países. Y no es que eso esté bien, pero parte del proceso de crecer y aprender a convivir, supone muchas veces enfrentar abusos de ese tipo mediante diversas soluciones, unas mejores, otras peores: desde dejar que el paso del tiempo juegue su papel, hasta las peleas a puñetazos tan típicas de esas edades, ojalá acompañadas por el recurso más sano de conversaciones constantes entre los muchachos y con los adultos cercanos, que permitan superar, o al menos entender, las angustias y temores por las que pasan.
Pero las cosas son distintas cuando hay armas. Entonces los puñetazos se truecan en pistolas o rifles. No en las pistolas o rifles de juguete con que muchos crecimos, sino en pistolas y rifles verdaderos cargados con verdaderas balas. Y entonces las narices rotas y los ojos morados se transforman en muertes verdaderas, en niños irreparablemente muertos.
No es muy distinto lo que ocurre con las muertes violentas de los adultos: la gran mayoría de los homicidios en Estados Unidos son cometidos por amigos o parientes de las víctimas que, en un momento de furia –y teniendo, eso sí, un arma a mano—las agredieron de muerte. Muchos se lamentan luego, profunda pero inútilmente, y reconocen cuánto quisieran no haber tenido un arma cerca en ese momento, porque nunca fue su intención matar a quien conocían y querían. Pero el arma estaba cerca.
Es sorprendente y trágica la incapacidad de una sociedad moderna para actuar con sensatez frente a estas tragedias, enfrentando con decisión a la industria de las armas, que parece dispuesta a todo para que las armas sigan ahí, para que las muertes sigan ahí. Por el contrario, la libertad de tener y portar armas se ha convertido en uno de esos temas sagrados para la derecha política en Estados Unidos. Con Charlton Heston al frente como un moderno Moisés que en vez de los mandamientos blande su rifle, la National Rifle Association se jacta de su influencia decisiva en la reciente elección presidencial y de su creciente poder. “Ahora –dicen en una reciente carta de recolección de fondos—trabajaremos activamente para erradicar del corazón del gobierno federal a todos los burócratas odia-rifles, especialmente en los Departamentos de Justicia y del Tesoro”. Sobran las palabras.