¿Para qué violines sin oidores
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 10/12/99
A veces me parece que tenemos un temor enorme a pensar en grande, y que hasta en esas pocas ocasiones en que logramos hacerlo nos quedamos cortos por no dar ese paso de más necesario para sacarle realmente el jugo a nuestra audacia.
Frente al escepticismo del público y la abierta oposición de algunas mentes con anteojeras económicas, se impuso hace casi 30 años la decisión visionaria y la capacidad efectiva de dotar al país de orquestas sinfónicas de primera línea. El ‘para qué tractores sin violines’ de don Pepe y don Guido se convirtió en el símbolo de que el desarrollo artístico tiene un valor que trasciende por mucho las señales del mercado. Pero ¿Quién oiría los violines?
Hicimos lo que parecía más difícil, pero no dedicamos un esfuerzo equivalente a construir una cultura musical y una capacidad de apreciación acordes con la calidad de nuestros músicos y orquestas. Nos ha hecho falta la visión y la capacidad para desarrollar el gusto por esa buena música que hoy podemos escuchar, para construir una demanda que aproveche y dé sentido a la oferta musical existente. Claro que algo se ha avanzado, pues el proceso mismo de crear las sinfónicas ha provocado el acercamiento de muchos jóvenes y no tan jóvenes a la música; las giras, los talleres, los conciertos en Iglesias y parques, los festivales internacionales, todos contribuyen a mejorar nuestra cultura musical. Pero, aunque meritorios, estos avances se quedan cortos ante el tipo de esfuerzo que demanda y merece la revolución de los violines.
¿No es este un buen momento para completar la obra? Pocas personas como don Enrique Granados – nuevo Ministro de Cultura – comprenden lo que cuesta montar un buen concierto, una buena ópera. Y todo ese esfuerzo ¿para dos o tres presentaciones en el Teatro Nacional y, tal vez, alguna otra en provincia? No tiene por qué ser así. Si ya tenemos la música, construyamos ahora los oyentes, construyamos ahora la capacidad de gozar plenamente de esa música, y podremos estar seguros – entonces sí – de que el círculo está completo, de que el proceso es irreversible.
Para ello necesitamos transformar nuestra educación musical básica. ¿Qué ganamos con miles de niños y jóvenes que sufren tratando de sacarle a la flauta un sonido entrecortado y afónico que medio recuerda la canción de la alegría o la patriótica? ¿Para qué nos sirven los seudo solfeos y los garabatos de sol, en estudiantes que se aburren como ostras en la clase de música? ¿No sería más sensato poner el énfasis en la apreciación musical, en desarrollar el gusto de la mayoría de los estudiantes por oír buena música? Ese sería el mejor complemento a la educación musical de aquellos con mayor vocación y capacidad para ejecutar y crear esa música.
Los medios con que contamos para hacer esto realidad son tantos, tan variados y accesibles que serían imposibles de enumerar aquí. El costo de dotar a las escuelas y colegios que lo requieran de un tocadiscos compacto o una casetera es insignificante. La posibilidad de grabar y reproducir las obras y fragmentos que sirvan de base para los programas de apreciación musical, incluso con el apoyo de las casas comerciales, está más que abierta. La imagen sería un aliado poderoso para hacer el aprendizaje más atractivo, aprovechando los materiales audiovisuales existentes en el mundo, desde aquellos conciertos de Bernstein para los jóvenes, hasta las entretenidas biografías de músicos que la televisión por cable ha hecho posibles. Además, podríamos utilizar la capacidad del SINART y Canal 13 (estoy seguro que con la complacencia y apoyo de don Oscar Aguilar) para preparar y difundir materiales que acompañen y guíen este esfuerzo masivo. Las propias sinfónicas, las universidades y el Castella podrían montar – junto con el MEP – los talleres necesarios para capacitar a los actuales profesores de música en un enfoque que busque algo tan obvio como simple: lograr que a los estudiantes les guste la música, que la gocen, que la entiendan, que la vivan. Un año bastaría para organizar este esfuerzo y llevarlo luego a las aulas ¿podría ser el 2000?