Participación y discusión
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
El Financiero: 6/8/01
A veces damos algo por cierto por la simple razón de que todo mundo parecer creer que lo es. Se dice con frecuencia, por ejemplo, que “tenemos que avanzar desde la democracia representativa hacia una democracia participativa”. Pero ¿será cierto? ¿Será ese el principal reto de nuestra democracia? Por varias razones, pienso que no.
Primero, por una razón tan práctica y simple como antigua: a partir de determinada escala y de cierta complejidad de los problemas a resolver, la participación directa es un mecanismo muy poco útil para tomar decisiones colectivas. De hecho, se vuelve imposible tomar ciertas decisiones en forma realmente participativa, y es por eso mismo que –aunque limitada—la representación resulta la única forma de democracia efectiva y realista.
Segundo, por respeto a la gente, que no debiera gastar su escaso tiempo libre participando en infinidad de reuniones para decidir sobre cosas que deberían funcionar bien sin necesidad de que nos estemos reuniendo a cada rato para ello. La participación tiene que ser una actividad enriquecedora, que tenga sentido en sí misma, en la que la gente disfrute y se realice. No siempre es particularmente democrática, pero tiene que ser voluntaria y satisfactoria. Las iglesias, los clubes, las organizaciones sociales, las asociaciones civiles, los equipos deportivos, los grupos de amigos... y hasta los partidos políticos, son instancias de participación que enriquecen la vida de la gente. Pero tener que reunirse para que la luz prenda, el agua fluya, la vigilancia vigile y la basura sea recogida... ¡qué pereza!
Tercero, por una razón política: la participación puede fortalecer la democracia, pero no la sustituye... y creer que lo hace puede más bien debilitarla. A pesar de sus virtudes, la participación no es una forma más sensata, más razonable, más representativa o más legítima de tomar decisiones colectivas que la representación democrática. Algunas formas de participación, de hecho, pueden ser bastante antidemocráticas. Quienes participen en esta o aquella organización –y enhorabuena que lo hagan—no pueden pretender que eso les dé derecho a sentirse representantes legítimos de otros participantes y, mucho menos, de quienes no participan.
La democracia, para perfeccionarse, requiere algo más y algo distinto que la simple participación: requiere que la gente pueda opinar y opine sobre los asuntos de interés público en los que ha delegado poder en algún tipo de representación. Para eso no basta ‘participar’, sino que hace falta estar bien informado, hace falta sentirse parte contante y sonante de la sociedad, sentirse sujeto de derecho y tener voz para hacer valer ese derecho. Y por supuesto, hace falta tener muy abiertos los oídos y la mente para escuchar y respetar también las voces de los demás.
Por eso, más que simple participación, lo que nuestra democracia necesita con urgencia es verdadera discusión: discusión amplia, diversa, rigurosa y profunda. Y en eso, estamos en deuda con nosotros mismos.