Pero entonces... ¿son caras, o son baratas?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 2/5/99
El tema de las telecomunicaciones es complejo. No se presta para razonamientos simplistas, por lo que es fácil manipular a la opinión pública diciendo que todo es tan complejo que… mejor no preocuparse por entender. Así, por ejemplo, se ha dicho una y otra vez que es necesario privatizar/abrir/vender/liberalizar las telecomunicaciones para que los precios del servicio bajen y su calidad mejore. Pero… ¿Es eso realmente cierto? El costo de las telecomunicaciones en Costa Rica ¿es realmente más alto que en el resto de América? ¿Son los países que más han avanzado en la privatización los que tienen los menores costos?
En una reciente investigación de Philip Peters y Sharon Donovan, del Instituto Alexis de Tocqueville (difícilmente sospechoso de estatista) publicado en Internet por Infoamericas 2000, se argumenta “cuánto pueden ganar los consumidores cuando mercados abiertos y competitivos alinean los precios con los costos”, pero, paradójicamente, los argumentos se sustentan con datos que, por sí solos, muestran que las cosas no son como las pintan. Los autores analizan 20 países (de los que excluyo Haití y Guyana por poco representativos) y establecen tres canastas de consumo en telecomunicaciones: para una familia de bajos ingresos, una de ingresos medios y una de ingresos altos.
Para las familias de bajos ingresos, con un consumo promedio de 240 minutos en llamadas locales los datos muestran que Costa Rica es el cuarto país más barato del continente, con un costo de $4.3, mientras que los más caros son Argentina, con un costo de $40.5, Chile con $32, Bolivia, Perú, México y los Estados Unidos, con más de $18. Los costos más bajos son los de Ecuador, Jamaica y Paraguay, que oscilan entre $3.40 y $3.84.
Para las familias de ingreso medio, con un consumo de 240 minutos de llamadas locales y diez llamadas de larga distancia local de cinco minutos cada una, el estudio muestra que Costa Rica es el segundo país más barato del continente, con un costo de $6.9, mientras que los más caros son Argentina con un costo de $73.25, Bolivia y Chile con más de $44, México, Estados Unidos, Brasil y Perú, todos con más de $20.
Finalmente, están las familias de consumo alto, con 1500 minutos de llamadas locales, 240 minutos de larga distancia, cinco llamadas de cuatro minutos a Londres y cinco a USA, y treinta horas de Internet. Para ese tipo de consumo, Estados Unidos es el país más barato, con un costo de $79, seguido de Jamaica y Uruguay, que oscilan entre $126 y $130. Costa Rica es el sexto país más barato del continente, con un costo de $148. Y los más caros son Venezuela, con $322, seguida de Argentina, Bolivia, Nicaragua, Chile y México, todos con más de $200.
Los datos son contundentes. El argumento de Peters y Donovan, de que los países latinoamericanos en general tienen tarifas mucho más caras que los Estados Unidos, y que por lo tanto es evidente que tienen que avanzar en la dirección de la liberalización de esas actividades, choca con la misma evidencia que ellos aportan, y que se oculta en sus promedios: los países que realmente muestran un costo exorbitante por las telecomunicaciones --para los grupos de ingresos bajos, medios y hasta altos-- son precisamente algunos de los principales ejemplos de liberalización y privatización: Argentina, Chile, Bolivia, México.
Con una calidad y cobertura de sus telecomunicaciones mayor que la de casi cualquier otro país del continente, Costa Rica ha logrado mantener tarifas que se encuentran dentro de las más bajas del continente en los tres mercados analizados. Costa Rica aparece una vez más --como en salud, como en educación, como en seguridad social, como en la ausencia de ejército, como en la democratización de la educación informática-- como un país que ha sabido forjar su propio destino.
Esto no significa que podamos darnos por satisfechos. Los logros de Costa Rica no han sido producto del conformismo y la inacción, pero tampoco han sido producto de decisiones apresuradas, poco meditadas y con un sustento que más parece apoyarse en intereses particulares que en el interés colectivo. Como siempre, es tiempo para la acción, y es por ello tiempo para el pensamiento sereno y --sobre todo-- para el pensamiento que antepone los intereses del país a los de cualquier moda o beneficio particular. Sigamos siendo los artífices de nuestra propia forma de vida, que se ha caracterizado siempre por un tipo de integración al mundo que no debilita, sino que fortalece nuestra propia integración como sociedad. Hay que tener visión de futuro, sí, pero en ese futuro tenemos que caber todos.