Privatización: lugares (poco) comunes
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 10/6/96
¿Qué es el Estado? ¿Qué debe hacer… y qué debe dejar de hacer? Lo que no hace el Estado, ¿quién lo hace, y bajo qué condiciones? Las respuestas a estas preguntas suelen girar alrededor de lugares comunes. Tanto quienes defienden la participación estatal, como quienes promueven la privatización, tienden a centrar sus argumentos en lo accesorio, y no en lo esencial.
Así, se discutió ardorosamente si los bancos del Estado tenían o no que mantener el monopolio sobre las cuentas corrientes; se dio una gran discusión respecto a la posibilidad de que el ICE permitiera la participación privada en telefonía celular; se discute si el Estado debe o no producir licores… y podríamos dar muchos ejemplos más. Desde otra óptica, se cuestiona que el Estado dedique recursos a que nuestro sistema de salud tenga la sofisticación necesaria para realizar trasplantes de corazón; se generaron numerosas burlas cuando el Estado promovió y financió lo que hoy es nuestra Orquesta Sinfónica Nacional; se insiste en liberalizar y desregular actividades económicas de todo tipo, sin tener claro qué tan competitivos son esos mercados; y, en general, se afirma que casi cualquier cosa que el Estado haga, estaría mejor hecho y a menor costo, por el sector privado. En ambos casos, la discusión se centra en lo accesorio, en las “cosas” que el Estado hace o produce, y no en lo que es intrínseco al Estado, cual es su carácter político-institucional como el ente legítimo en el que la sociedad toma sus decisiones colectivas. Esta distinción, que puede parecer abstracta, se vuelve totalmente obvia con algunos ejemplos.
En el pasado, RECOPE era dueña de las bombas de gasolina, y hoy estas son privadas; más aún, RECOPE no produce, sino que compra en el mercado internacional su materia prima fundamental –los combustibles-- y nadie piensa que por eso el Estado haya perdido su posición estratégica en el campo de los combustibles, pues controla los instrumentos para regular esa actividad. Las medicinas y el equipo médico son esenciales para la prestación de servicios de salud. Si la Caja tuviera una larga historia de producir medicinas y equipo médico, y hoy alguien propusiera que estas actividades se trasladaran al sector privado, muchos gritarían al unísono: ¡nos quieren privatizar la salud! Pero todos sabemos que la Caja lo que hace es comprar las medicinas y los equipos médicos en el mercado, y nunca a nadie se le ha ocurrido aducir que, por eso, la Caja y el Ministerio de Salud no tienen las potestades para definir y aplicar las políticas de salud. Los pupitres, la tiza, las aulas, y hoy las computadoras, son esenciales para nuestros programas educativos. Pero nadie piensa por ello que el Ministerio de Educación deba tener sus fábricas de material educativo. Y ¿qué es lo esencial en el MOPT? ¿Construir carreteras, puentes, puertos y aeropuertos con sus propios recursos… o garantizar que estas obras efectivamente se construyan a tiempo, y con la calidad adecuada?
Hoy, una gran discusión se centra sobre el ICE. Los ejemplos también valen aquí. No hay telecomunicaciones sin teléfonos y sin cables, pero nunca nadie ha creído necesario que el ICE produzca teléfonos y cables, por el contrario, los compra regularmente al sector privado sin que nadie llame a eso “privatización”. ¿Por qué no es aplicable este argumento al sector eléctrico? ¿Por qué el ICE sí puede comprar cables y turbinas… pero algunos piensan que no puede comprar electricidad? Lo fundamental, como en transporte, como en educación, como en salud, es que el ICE, y el Estado costarricense, puedan garantizar que el país tendrá la energía y las comunicaciones que necesita: con la mayor calidad, la mayor cobertura, y el menor costo posible. Quién produzca esta o aquella parte de la energía es, como creo que los ejemplos dejan claro, completamente accesorio.
Finalmente, recordemos que esta lógica ha sido exitosamente utilizada no sólo por muchos gobiernos, sino por muchas empresas privadas. Los gigantes del cómputo como IBM, Compaq, Dell, Acer y otros no producen los dos componentes que son el corazón y la sangre de su negocio: los chips y el software, que compran a otras empresas como Intel y Microsoft. Las empresas aéreas no producen aviones, y las empresas como Boeing, que producen aviones, compran sus turbinas a empresas como la Rolls Royce. Ninguna se siente menos al comprar o subcontratar parte de sus insumos o productos, porque no pierde de vista lo esencial: el control de las decisiones sobre el servicio que realmente prestan, y su relación con los usuarios.
Esa es la lógica con que debemos entender al Estado y sus instituciones: el Estado no se debilita por trasladar o “privatizar” la ejecución o producción de determinados bienes o servicios –más bien puede fortalecerse. El Estado sólo se debilita cuando pierde su capacidad de tomar decisiones políticas fundamentales para la colectividad nacional, y hacer que estas se ejecuten. La forma de la ejecución, insisto, es accesoria.