Putitas Maduras
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 28/4/01
No se preocupe, que no es para tanto. No son niñas de verdad esas que se prostituyen a los 10, 12 o 14 años. Sólo son putitas maduras. Ya sea usted un simple ciudadano o el Presidente de la República, no se sienta mal si no ha hecho nada al respecto. La cosa no era como nos la pintaban: no son niñas, sólo son putitas maduras.
La tristeza infantil que se asoma en sus caritas mal maquilladas, o los cuerpecitos púberes que se adivinan a veces tras sus agresivas minifaldas, no son realmente lo que parecen, sino el disfraz con que se ocultan estas modernas y precoces comerciantes del sexo, tan perversas como los adultos que las violan, que las usan, que las maltratan, que viven a costa de ellas, que las compran y las venden. No cabe ya hablar de prostitución infantil: sólo son putitas maduras. Y por favor no se enoje conmigo, que no fui yo quien lo dijo. Fue don Edgar Mohs quien, desde esta misma página, sentenció que había una diferencia radical entre los verdaderos niños y niñas – que él define como los menores de 9 años – que “son víctimas de adultos pervertidos, en forma de abuso sexual o agresión física o emocional” y los adolescentes mayores de 9 años que practican la prostitución. ¡Menos mal! Según el criterio de don Edgar, pasados los nueve años ya no son verdaderamente niñas esas pequeñas prostitutas, sino adolescentes. Aunque no cumplan aún los 15 años, estas putitas son realmente maduras, libres y perversas: “Una adolescente de la calle de 10, 12 o 14 años puede tener el comportamiento sexual de una persona ordinaria de 24 o 25 años, en cuanto a tener conciencia de lo que está haciendo y de la libertad para hacerlo; es decir, su conducta se parece mucho más a la de un adulto perverso que a la de una niña”. Entendámoslo de una vez por todas: estas pequeñas no son prostitutas infantiles, son tan sólo adolescentes tan perversas como maduras. No hagamos tanta alharaca, entonces, por unas cuantas jovencitas pervertidas que, como nos dice don Edgar, “han aprendido muy temprano toda clase de vicios: mentir, robar, asesinar y pervertirse en lo sexual”. Reconozcamos que lleva razón don Edgar en buscar la precisión. No es lo mismo tener 9 años que tener 17. Ni los problemas, ni sus causas, ni sus soluciones pueden ser iguales. Pero no permitamos que la precisión nos haga perder la sensatez y la sensibilidad, porque es insensato e insensible justificar una absurda línea de madurez sexual y social que transformaría a la niña violada y agredida en una perversa y madura prostituta si en vez de nueve años tuviera diez, doce o quince años. De hecho, para que el argumento de don Edgar fuera consecuente, debería extenderse también a otros campos. El trabajo infantil, por ejemplo, sólo debería ser censurado y prohibido cuando lo realizan niños de 8 o 9 años, y no esos vagabundos adolescentes de 10 o 12 años. Dado que las jovencitas que se dedican a la vida alegre maduran tan rápido que a los 10 o 12 años actúan ya como adultos, deberíamos cambiar las leyes electorales para que las prostitutas puedan votar desde los 10 años. Y claro, habría que autorizar la venta de licor y cigarrillos a menores, bajo el requisito estricto del ejercicio profesional de la prostitución. Consecuentemente insensato. Don Edgar está convencido de que “la insistencia en el tema de la prostitución infantil y en repetir que se trata de niñas tiene sin duda la mala intención de sobredimensionar el problema, impactar a los ingenuos y dañar el prestigio del país”. Yo no creo que eso sea así. Pero aún si lo fuera, el problema es que su línea argumental conduce a un juego mucho más peligroso que la ingenuidad: el cinismo. Y si algo no podemos permitirnos frente a problemas que sabemos trágicos y reales, aunque sólo afecten a esas pequeñas de 12 y 14 años a las que don Edgar ya no considera niñas, es precisamente el cinismo. Entendamos que las putitas maduras están ahí. Que muchas no han cumplido quince años. Que son nuestras. Y que las hemos abandonado.