Sexo, amor y miedo
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 21/2/01
¿Qué cosa extraña será el amor para don Jorge Rossi, que no lo encontró en mi artículo sobre el sexo y los jóvenes? Y es que así fue como lo dijo: “al artículo le falta algo esencial, básico y fundamental en cuanto a la sexualidad y a todo en la vida: el amor”.
Revisé, asombrado, mi artículo... y allí estaba el amor. ¿Por qué no lo vio don Jorge? “La vida sexual se relaciona con la simpatía, con la amistad, con la pasión, con el amor... y el desamor”. ¿Por qué no lo vio? “La sexualidad joven es, además, una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, sobre el amor y la amistad, sobre las pasiones, sobre el dolor y el sufrimiento, sobre el perdón y el respeto”. No lo vio. Y tampoco lo vio cuando dije que el sexo “nos acerca al ser querido y, si lo sabemos hacer, no sólo es inofensivo y seguro, sino saludable para el cuerpo y para el alma”. No, don Jorge no encontró el amor, aunque el artículo prevenía incluso contra ese sexo que “nos reproduce irresponsablemente, sin amor, sin afecto, sin asumir la responsabilidad plena de la paternidad”.
¿Por qué no vio el amor don Jorge? No lo sé. Tal vez porque, como muchos, piensa que, para ser bueno, el sexo sólo debe darse en el contexto de lo que él llama “el amor normal y legítimo adecuado a las necesidades familiares, orientado a la estabilidad y a todo lo agradable que tiene el matrimonio bien llevado”. Así, la sexualidad sólo tendría sentido cuando se orienta al matrimonio.
Lo que probablemente le molestó de mi artículo no fue, entonces, la ausencia del amor, sino la posibilidad de pensar en el sexo como algo que si bien encuentra una de sus mejores manifestaciones en el amor conyugal, no se puede reducir a él. Así como hay muchas formas de amor que no tienen relación alguna con el sexo, hay muchas manifestaciones de la vida sexual que no exigen, para ser buenas, el contexto del amor conyugal.
¿No hemos experimentado casi todos, en distintos momentos, una forma u otra de placer sexual, sin que estuviera necesariamente encaminada al matrimonio? Eso es normal, y no hay nada de malo en ello. El coqueteo es claramente sexual y estimulante, pero no tiene por qué haber amor en cada coqueteo. Son sexuales, hermosas y sanas las caricias de una pareja de jóvenes que se gustan, sin que tengan para ello que estar pensando ya en el matrimonio. Nos excitan muchas veces las escenas eróticas del buen arte, sin necesidad de caer en la vulgaridad o la pornografía. Pero tampoco hay amor de por medio. Y la masturbación, solitaria por naturaleza, no deja por eso de ser el normal disfrute de la propia sexualidad.
Creo, como don Jorge, que el amor es esencial, básico y fundamental. No le tengamos miedo al amor. Pero tampoco le tengamos miedo a la ternura, al afecto, a la caricia, al sexo. Y entendamos la riqueza que cada una de estas manifestaciones humanas encierra. No reduzcamos el sexo al coito, ni el amor al sexo. No nos resignemos a las visiones maniqueas que separan el cuerpo del alma y el alma del cuerpo, haciéndonos creer que es buena el alma y malo el cuerpo, santo el espíritu y perversa la carne, noble la razón y abominable la pasión. No es cierto. Un alma sin cuerpo, una carne sin espíritu, la pura razón abstracta, la pasión vacía... ninguna por sí mismas nos haría humanos. Somos todo eso a la vez, y más. Eso es lo que nos hace humanos: así fuimos creados. Por eso, liberémonos del miedo y arriesguémonos a vivir y a sentir plenamente. Amemos todo lo que podamos y no prediquemos falsas culpas, ni pretendamos que los muchachos sean buenos porque les inculcamos el miedo. Porque nunca el amor nació del miedo.