Son pobres porque son pobres (y porque no nos importa)
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 11/5/01
Durante los últimos diez años la pobreza se ha reducido en Costa Rica, pero lo ha hecho de manera lenta y zigzagueante, y sigue siendo muy alta. ¿Por qué no logramos resolver este problema, si de verdad nos importa?
La pobreza, entendida como la carencia de un ingreso superior a la llamada línea de pobreza, pasó de afectar a casi la mitad de los hogares a inicios de los sesenta a una cuarta parte a mediados de los setenta. Se duplicó con la crisis, llegando a un 47% en 1982. Se volvió a reducir durante los años de ajuste, hasta llegar al 20% alrededor del cual ha oscilado durante los últimos siete años, con retrocesos cada vez que la economía pasa por situaciones recesivas, como en 1990-91 y 1995-96. Así, la pobreza alcanzó su nivel histórico más bajo hace tres años, con un 19.7%, pero aumentó a 20.6% en 1999 y volvió a aumentar a 21.1% en el 2000, en una evolución preocupante. Y aunque por comparaciones internacionales nos pueda parecer que esto no es mucho, recordemos que esto significa un montón de gente pobre: más de 155.000 hogares y más de 700.000 personas pobres. Y estos números absolutos han venido aumentando año tras año.
La pobreza es aún más grave, como explica Juan Diego Trejos en un excelente trabajo en elaboración, titulado “La evolución de la pobreza en Costa Rica durante el decenio de los noventa”, donde muestra que existe un porcentaje significativo de familias que, si bien tienen ingresos suficientes como para superar el umbral monetario de la pobreza, sufren carencias en necesidades fundamentales para su bienestar, como son el acceso a un albergue digno, al conocimiento y a una vida saludable, que son elementos vitales para que puedan acumular y mantener el capital humano que les permita niveles de vida sostenibles por encima de los umbrales de la pobreza real.
De acuerdo con las estimaciones de Trejos, cuando tomamos en cuenta estas otras carencias, vemos que en realidad la pobreza afecta prácticamente a la mitad del país: al 46% de las familias y al 52% de las personas.
Es importante reconocer que, aún con esta definición más amplia, la pobreza se ha reducido en los últimos diez años en más de ocho puntos, ya que hacia 1989 afectaba al 54% de los hogares. Este es un logro meritorio, sobre todo en un contexto de ajustes económicos y de absorción de una gran población migrante, pero sigue siendo insuficiente ante la magnitud del reto.
¿Por qué sigue habiendo tantos pobres? Tal vez porque no nos importa tanto. Y es que, aunque suene tautológico, los pobres son pobres porque son pobres. Son pobres porque tienen poca cosa, en especial pocos activos con los cuales procurarse un ingreso suficiente. Son pobres porque viven en zonas pobres, sobre todo en áreas rurales, donde sus oportunidades y los servicios disponibles son menores, o en áreas urbanas de alta vulnerabilidad e inseguridad. Son pobres porque tienen trabajo de pobres, pues aún si tienen algún capital humano, tienen que utilizarlo en actividades de bajo rendimiento y poca paga. Son pobres porque no llegan a tener un albergue digno, ni las condiciones básicas de educación y formación como para romper el círculo de la reproducción intergeneracional de la pobreza. Y, sobre todo, los pobres son pobres porque no tienen voz, porque no tienen un verdadero peso en los juegos de poder de nuestra sociedad.
Sin activos, y sin un ingreso adecuado, sus necesidades no son bien escuchadas ni atendidas por el mercado. Sin voz, sin peso político, sus necesidades tampoco llegan a ser bien percibidas ni resueltas por el estado. No cuentan donde cuenta. Por eso sigue habiendo tantos pobres, porque, en el fondo, no nos importa tanto que los haya. Cuando entendamos que este no es sólo un problema de los pobres, sino un problema de todos –un problema ético y social, sí, pero también un problema de eficiencia económica y un problema de viabilidad política—tal vez entonces nos tomemos realmente en serio el reto que supone la erradicación de la pobreza.