Tú, no te arrepientas
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Pulso, Cátedra Víctor Sanabria, Contrapunto, Mayo 1999
Dios perdona sólo a quienes se arrepienten. ¿Se equivoca? ¿Deberíamos ser más generosos que Dios? Esas preguntas, que el sacerdote jesuita Jon de Cortina se hacía con respecto a la amnistía que se aplicó al final de la guerra en El Salvador, vuelven a tener sentido hoy, cuando se discute la curiosa amnistía al General Augusto Pinochet, quien no se arrepintió ayer y no se arrepiente hoy de los crímenes cometidos en su nombre y por su orden. ¿Deberíamos perdonar a Pinochet, aunque no esté arrepentido?
‘Acto de contrición, propósito de enmienda y cumplir la penitencia que te fuere impuesta’. Eso pide la Iglesia a todo creyente que busca el perdón de sus pecados. ¿Por qué ha de ser distinto con Pinochet?
Sí, ya sabemos que el General Pinochet está por encima de las leyes humanas en su propio país. Está por encima de las leyes no porque así lo decidieran los chilenos libremente, sino porque así lo exigió el propio Pinochet – como chantaje – cuando tenía las armas en la mano para obtener ese grotesco privilegio. Así, como quien entrega su bolsa en vez de la vida, como quien voluntariamente cede ante el violador por temor al cuchillo en la garganta, así, el pueblo chileno tuvo que erigir al General Pinochet en senador vitalicio, en senador inmune, en criminal impune.
Pero si la fuerza y la amenaza le otorgaron la impunidad en Chile, hoy la justicia y la razón intentan devolverle a los chilenos y al General el derecho y la obligación de enfrentar la posibilidad del perdón en su único terreno legítimo: el terreno de la confesión y el arrepentimiento.
No es la amenaza prepotente sino la contrición humilde la que puede, aún en casos de crímenes tan macabros, recibir perdón. Un perdón por los crímenes cometidos, un perdón que se da sólo en la sentencia, no en el veredicto. Sólo se puede perdonar a quien se juzga culpable. El perdón es la antítesis de la amnistía y la impunidad.
‘Arrepiéntete de tus pecados para que éstos te sean perdonados’, nos han dicho por siglos. Es por ello incomprensible que en este final de siglo el Estado Vaticano interceda pidiendo inmunidad para Pinochet. Y es que en el caso de Pinochet, el Vaticano no pide acto de contrición. En el caso de Pinochet, el Vaticano no pide propósito de enmienda. En el caso de Pinochet, el Vaticano no pide penitencia, aunque esta penitencia no vaya más allá del reconocimiento público de los crímenes cometidos. En el caso de Pinochet, lo que el Vaticano pide es inmunidad.
Las voces que no se alzaron ayer cuando las víctimas del General sufrían en cuerpo y alma por sus órdenes, corren hoy prestas en auxilio del General. Frente a más de tres mil muertos; frente a decenas de miles de torturados y exilados; frente a más de quince años de violaciones de los derechos humanos, el Vaticano parece aplicar al General Pinochet un criterio distinto al que diariamente aplica al común de los mortales: no, no te arrepientas de tus pecados; tú no necesitas perdón: ¡eres inmune!