¿Yo no diría que es ejemplar?
Leonardo Garnier

Si creyó que ya lo había leído todo, siéntese y lea: Costa Rica “es un país que tiene penalizada la injuria y la calumnia; tiene desacato, tiene un derecho de respuesta exigente. Yo no diría que es ejemplar, no diría que es líder”. No, no leyó mal, fue así como se expresó –según lo reporta La Nación- el abogado colombiano Jairo Lanao, a quien la SIP contrató para hacer un diagnóstico sobre las principales restricciones legales a la libertad de prensa en el continente.
Así, lo que a cualquier demócrata liberal le parecerían virtudes, a este curioso hombre de leyes le parecen vicios de nuestra democracia. Del “no news, good news” parece pasar al “no law, good law”. De hecho, aplicando la lógica a sus palabras, lo que Lanao dice es que para ser ejemplar, para ser líder en el terreno de la libertad de prensa, un país no debe tener penalizada la injuria y la calumnia, no debe tener establecido el desacato, y no debe tener una legislación exigente sobre el derecho de respuesta. Más aún, en sus propias palabras, “la libertad de prensa es un derecho fundamental que no debe condicionarse bajo ningún pretexto”. Así lo dijo: bajo ningún “pretexto”.
Pero no usemos ejemplos locales ni víctimas débiles para ilustrar los abusos que se pueden ejercer contra la sociedad y sus miembros a nombre de esa libertad. En 1986, un reportaje del conocido programa de televisión “Sixty Minutes” denunció un supuesto defecto de los automóviles Audi, que los hacía acelerar súbitamente sin causa alguna. El defecto habría provocado múltiples accidentes y cuatro muertes, incluyendo la de un niño de 6 años, atropellado por su madre en un automóvil Audi que, supuestamente, se aceleró sólo al ir a parquear en el garaje. El documental contenía hasta una impresionante demostración visual de un Audi acelerándose solo. El impacto fue devastador: de más de 74.000 vehículos Audi vendidos en Estados Unidos en 1985, las ventas cayeron a menos de 25.000 en 1988. A primera vista, el consumidor había sido protegido por el reportaje original de “Sixty Minutes” y los reportajes subsiguientes que se suscitaron en los medios. Pero ¿fue así?
Hoy sabemos que no: después de múltiples estudios, se demostró que el defecto no existía en el automóvil, que los accidentes y acusaciones habían sido fruto de errores humanos, o producto de la búsqueda de indemnizaciones millonarias, tan típicas del sistema legal norteamericano –justificadas a veces, lamentables fraudes otras. ¿Cómo reaccionó “Sixty Minutes”? Con una breve actualización del reportaje, realizada en 1989, reconociendo los resultados que exoneraban a Audi. Pero el daño estaba hecho, y las ventas de Audi siguieron cayendo a menos de 15.000 entre 1991 y 1994.
Lo que se necesita destacar , es que la corrección del reportaje no sólo careció del tiempo y la espectacularidad del reportaje original, sino que nunca aceptó ni explicó que uno de los elementos más impactantes del reportaje –la toma del Audi acelerándose súbitamente- había sido “fabricada” artificialmente por los técnicos contratados por “Sixty Minutes”. Sí, fue una falsificación que se justificaba como un simple recurso visual. Ante la perspectiva de seguir viendo su nombre envuelto en una larga disputa judicial que retrasaría aún más la recuperación de sus ventas, los fabricantes de Audi se abstuvieron de entablar una demanda. Aún hoy, las ventas no llegan a los 40.000 vehículos.
¿Puede alguien realmente justificar esto como un ejemplo más de una libertad de prensa que debe estar por encima de cualquier otro principio? No lo creo. Este ejemplo, como muchos otros, muestra que los abusos son posibles aún contra una poderosa corporación. Es por eso que, contrario a lo que manifestó el peculiar abogado contratado por la SIP, en ausencia de una adecuada penalización a los delitos de injurias y calumnias, la libertad de prensa no se fortalece, se debilita; en ausencia del derecho de los ciudadanos a un exigente derecho de respuesta, la libertad de prensa no se fortalece, se debilita.
Una prensa libre, crítica, analítica, valiente, es una condición indispensable para el fortalecimiento de un sano régimen de opinión pública, de una verdadera democracia. Pero una prensa que se ve a sí misma por encima de los ciudadanos, una prensa que se siente inmune de los mismos controles y la misma crítica que ella aplica a los demás, esa, es una prensa que perdió su rumbo, una prensa que limita y distorsiona la libertad de expresión, el respeto a los derechos de los demás, en fin, una prensa que dejó de estar al servicio de los ciudadanos, para estar solamente al servicio de sí misma.
No es esa la visión de la libertad de prensa que tienen la mayoría de los hombres y mujeres que hacen periodismo en nuestro país. Ellos, mejor que nadie, saben que la suya es una profesión de servicio público; y que el periodismo es una actividad de interés público que, como tal, sólo florece en la medida que se protejan por igual los derechos de todos. Nadie está por encima de los demás; nadie debe pretender estarlo.
No fue publicado en Agosto, 1998