Leonardo Garnier

Jorge no puede respirar. Se ahoga. Siente que las paredes se estrechan contra él, cada vez más. Tiene miedo pero no lo sabe, como tampoco sabe que esa es la peor forma de tenerlo. ¿Y me vas a decir ahora que no era así como lo querías? Laura había bajado la mirada como acostumbraba bajar la mirada cuando él, como de costumbre, alzaba la voz. Bajó la mirada y el tono y el orgullo. Pero cómo se te ocurre, Jorge, así está perfecto, no te enojés, por favor, Jorge, no te enojés, así está perfecto. ¿Cuántas veces le había dicho su madre que nunca, nunca bajara el orgullo? Su mirada vacía se volvió lentamente hacia los ojos enrojecidos de Jorge. El miedo se escabulló presuroso y taimado desde los ojos de Laura, que se sintió respirar de una forma nueva y tranquila, conforme se ensanchaban las paredes que por tantos años la habían atrapado, diluyéndose para que el aire entrara fresco y generoso.