El baile
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Ella nunca se enteró de cómo se gestó aquel baile en el que se encontraron por casualidad. El baile en el que se perdonaron, en el que se reconciliaron, en el que se terminaron de enamorar. El baile desde el que ya no volverían a separarse.
A él no le resultó fácil organizarlo todo sin perder la discreción indispensable.
Sabía cómo le gustaban a ella los bailes de sábado por la tarde, pero también sabía que esos bailes no eran tan frecuentes como para esperar. Tuvo que convencer de no despertar sospechas a quienes en su breve noviazgo había llegado a conocer como las mejores amigas y los mejores amigos de Isabel. No fue fácil para él, extranjero al fin en aquella pequeña y suspicaz ¿chismosa? ciudad, pero tampoco había sido fácil su vida desde que se embarcó a los trece años con su amigo Nicolás, para navegar desde el sur de Italia hasta las Américas. Como entonces, estaba completamente decidido y así, decidido, fue como consiguió que le alquilaran el viejo galerón que, por esa tarde, recobró sus viejas galas de salón de baile. Así, decidido, fue como contrató la orquesta que mejor tocaba aquellos boleros, y así fue también como logró incluso que cada invitación llegara a su destino sin que nada delatara su conspiración.
Ella llegó un poco tarde, acompañada de su hermana y uno de sus primos. Para entonces, ya bastante gente estaba allí, saludando, conversando, bailando, comiendo, bebiendo el ponche color rosa que junto con la música alegraba el ambiente. Caminaba y sonreía entre caras conocidas y murmullos y risitas cuando, entre todas las caras, tropezó desprevenida con la de él. Desconcierto y cosquilleo. Saludo entre seco y nervioso. Él se disculpó ligeramente – sin disculparse del todo – por el malentendido que los llevó a romper aquel noviazgo que apenas se iniciaba. Ella – molesta aún – se oyó decir sin pensarlo un pero si no era para tanto, y se mordió la lengua. Conversaron, primero inquietos y luego absortos, mientras la orquesta jugaba a cómplice con sus acordes y, para cuando escucharon su bolero, se mecían abrazados siguiendo la cadencia de aquel son.
Todo salió exactamente como él lo planeó. En el baile y forever more. Tenía que ser así, y ella nunca se enteró (o al menos eso creyó él por el resto de su vida, según me contó ella una tarde de sábado, muchos años después, mientras tomábamos café en su casa de abuela).