Porque llovió
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Si no hubiera sido porque llovió el martes por la tarde, don Chupas no se habría metido a escampar en la cantina que se interpuso entre él y sus camaradas. Si no se hubiera metido a escampar en la cantina, y si no le diera desde siempre por sumergir en el guaro sus recuerdos –los buenos para gozarlos, los malos pa’ que se pudran- no se habría emborrachado don Chupas precisamente aquel martes por la tarde. Si no se hubiera emborrachado, don Chupas habría llegado más o menos puntual al lugar del encuentro, y habría entregado el paquete que le dieron allá en la estación del ferrocarril, y tené cuidado con esto Chupas, que no es juguete. Si hubiera entregado puntual y cabal el paquete, lo habrían abierto cuidadosos los muchachos, y habrían procedido a armar aquel rifle poderoso, con su moderna mirilla y su color oscuro a presidente muerto. Si no hubiera sido porque los muchachos nunca vieron llegar a don Chupas – porque don Chupas, borracho y contento, se olvidó del paquete y de los muchachos y del partido y del presidente – habrían subido entonces al segundo piso del viejo edificio, desde donde habrían visto clarito – como siempre se veía – el espacio por el que todos los días atravesaba el presidente, bajándose pausado de su carro (de los pocos que había en San José), caminando tranquilo hasta la puerta de su despacho, saludando afable al guarda de turno, y luego cruzando la puerta para. Si hubieran subido al segundo piso con el rifle. Si hubieran recibido a tiempo el paquete. Si don Chupas hubiera cumplido su sencillo encargo. Si no se hubiera emborrachado. Un disparo, tal vez dos. Un presidente muerto. Años treinta. Al descontento se habría unido el desconcierto. Se habría fortalecido la huelga, habría crecido el partido. Elecciones adelantadas y la esperanza de que todo hubiera sido distinto. Todo. Si no hubiera sido porque llovió ese martes por la tarde; y porque al día siguiente pensamos ¡qué brutos, íbamos a matar al presidente!