¿Se aprueba el acta?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Camila divagaba distraída mientras don Claudio repetía pausado los pasos iniciales de la reunión de Junta Directiva, como lo había hecho siempre, desde que ella se acordaba, cada segundo jueves de cada mes excepto diciembre porque diciembre. Llevaba así varios días pero ¿cómo no? A su edad – y virgen – era razonable que anduviera distraída desde que Pablo le insinuase. Pero ¡cómo se te ocurre! Y en medio de los recuerdos del sábado pasaron por sus manos las copias al carbón del acta de la reunión pasada, en aquellas hojas de papel reciclado que don Claudio siempre guardaba para ese tipo de uso. Treinta y dos, y virgen. ¡Y mucho que me ha costado! Pero no, ella sabía que no. Muchas veces había querido sentirse bonita. Muchas también había querido ilusionarse con ser fuente de malos pensamientos para alguno, y hasta que le faltaran el respeto con esos piropos vulgares que le soltaban a. Pero ¡por Dios! ¿quién podría piropear a Camila si había nacido con esa cara de monja? No, no había nacido con cara de monja, pero su madre y su abuela la habían esculpido así paso a paso – más bien golpe a golpe, insistieron los recuerdos. Cara de monja. ¿Y mi cuerpo? Tampoco su cuerpo. ¿A quién le importaba ese cuerpo censurado desde siempre?
Por eso ahora Camila divagaba distraída. Retozaba por primera vez en una ilusión que tenía algún asidero, algún viso de carne, nombre propio. El recuerdo de Pablo y la voz de don Claudio se mezclaban desiguales en su ánimo. El artículo tres no recoge bien lo que discutimos la semana pasada sobre el programa de educación sexual del gobierno. Y no sentía ninguna culpa, más bien flotaba. Tiene que quedar claro que nos oponemos a que ese enfoque se utilice en las escuelas. No podemos estar promoviendo el sexo en los muchachos, no podemos. Y Pablo. Y el sexo. Y no podemos. Bueno, estamos claros entonces. Pero por primera vez, no lo estaban. Por primera vez Camila sonreía por dentro y hasta las comisuras al recordar las insinuaciones. ¿Se aprueba el acta? Pablo hizo en mí maravillas. Las quijadas de los directivos del Opus golpearon al unísono la mesa cuando el sobrio y monótono ¿se aprueba el acta? de don Claudio, topó de frente con la la voz juguetona y retante de Camila que, con una cara por primera vez suya, les increpó risueña: ¿por qué siempre aprobamos el acta, pero nunca aprobamos el acto?