Un café
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
¡Le daban una pereza esos ratos muertos en un aeropuerto! Pero bueno, por lo menos tenía un rato en el que se podría pasear entre las tiendas duty free, comprar un Shalimar para su esposa y alguna cosa para las niñas que, ya no tan niñas, habían dejado de apreciar los jueguitos y las Barbies, y preferían ahora algún lápiz malcriado para los ojos o los labios. Y aún así sobraba tiempo. “Bueno –pensó— será un café mientras pasan estos cuarenta minutos”. Y no fue un buen café, pero mezclado con Newsweek se dejó tomar y ayudó a pasar el rato.
“La cuenta por favor”. “Dos dólares” ¡Mierda, no tengo billetes pequeños! Un billete de cien cambia de manos, y una espera más bien larga le sigue, hasta que el camarero regresa tranquilo y tranquilamente dice “Lo siento señor, el billete que me dio es falso, aquí lo tiene” Y le entrega un billete –otro billete, mucho más arrugado y gastado que los que guardaba en su billetera— evidentemente falso y con un inequívoco y altanero sello en tinta negra: “NULO”.
Las protestas valían poco, como poco puede valer la protesta ante quien con premeditación y alevosía nos estafa, y que más bien tendría que hacer esfuerzos por disimular la risa. “¿El gerente?” “Diga usted...” “Mire que...” “Pero no es posible, si él dice que usted le entregó un billete falso, pues usted le habrá entregado un billete falso. Pero en fin, si quiere llamamos a la policía...” Se sintió realmente inútil, completamente impotente mientras, al fondo, resonaba agudo y burlón el “Pasajeros del vuelo...” Un último intento lo llevó –sabiendo que de nada valdría— a la ventanilla del banco en el aeropuerto. Explicó su trance y, previsiblemente, el cajero repitió sereno como debía haberlo hecho antes con más de un ingenuo viajante “y, ¿qué quiere que yo haga? Es su palabra contra la de él. Yo nada puedo hacer ¿verdad?”.
Era obvia y calculadamente verdad, pensó, mientras ya cómodo en el asiento 4F –ventana—se tomaba un whiskey en las rocas para bajar el mal rato. Pero la estafa había sido tan buena que no le quedó más remedio que sonreír cuando recordaba otra vez que –como para completar la broma— tuvo, por supuesto, que volver a pagar el café... ¡con otro billete de cien dólares!