¿Mejor, no se arriesgue?
Leonardo Garnier
Introducción al Calendario Escolar 2013
A lo largo de estos años he repetido mucho una anécdota que es tal vez la que mejor me ha servido para entender una de las características más marcadas – y negativas – de la cultura institucional del MEP.
Ocurrió poco antes del 9 de junio de 2006, día que se inauguraría el Mundial de Futbol de Alemania. ¡Nada menos que con el juego Costa Rica vs. Alemania!
En ese momento yo no tenía ni un mes de ser ministro, con costos empezaba a conocer el funcionamiento básico de las oficinas centrales y, de pronto, recibí en pocos minutos un curso completo en eso que podríamos llamar la “cultura MEP”.
El director de un centro educativo llamó al Despacho y le preguntó a Victoria, mi secretaria, si yo le daría permiso de llevar un televisor a su colegio, para que sus estudiantes pudieran ver la inauguración del Mundial. Ante la consulta pensé, extrañado, cómo un director me pedía permiso para eso y, casi instintivamente, le dije a Victoria “pregúntele si de verdad es director, y si le dice que sí... entonces dígale ¡que dirija!”
Así lo hizo Victoria, pero unos 20 minutos más tarde, el susodicho volvió a llamar, y le explicó que como nosotros no le habíamos sabido resolver el problema, él había hablado a la Dirección Regional, y que ahí sí le habían dado una respuesta.
Pero... ¿qué le dijeron en la Dirección Regional?
Le dijeron algo muy simple: “Mejor, no se arriesgue”.
¿Mejor no se arriesgue? Pocas frases resumen mejor ese temor que recorría – y todavía recorre, aunque ojalá un poco menos – nuestro ministerio y todo el sistema educativo. No se arriesgue, no haga olas, no invente, no sea necio: siga las instrucciones, cumpla con el perfil de puesto, cumpla con el programa, no dé problemas, en fin... una norma implícita pero tajante: no se arriesgue.
¿Suena familiar, demasiado familiar?
El problema con esta norma de conducta que tan frecuentemente encontramos en las aulas, en los centros educativos, en las oficinas regionales o centrales... es que si en efecto no nos arriesgamos, si no buscamos formas nuevas y distintas de hacer las cosas, si no nos aventuramos, si no subvertimos un poco el orden establecido, difícilmente vamos a lograr que la educación mejore. No es más de lo mismo lo que necesitamos para mejorar. Si nadie corre riesgos, nada va a cambiar, nada va a mejorar.
Pero claro, innovar, probar cosas nuevas, salirse del molde... da temor. Es más seguro y más cómodo atenerse a las rutinas y a las circulares y a las viejas normas y a cumplir apenas con lo mínimo establecido. Hacer las cosas como siempre se han hecho es una de las explicaciones – y costumbres – más arraigadas en el sistema educativo... y de las más dañinas.
Confieso que la anécdota – y la frasecita – me impactó tanto que, a raíz del famoso “no se arriesgue” fue que escribí mi primera circular como ministro, titulada “Autoridad y responsabilidad”.
La autoridad la hemos pervertido, tanto en el sentido de que quienes deben ejercerla no la ejercen y quienes deben acatarla no la acatan como en el sentido más profundo de quienes pretenden ejercer la autoridad por la autoridad misma: el sí porque sí o el no porque no; el aquí mando yo; pero eso ya no es autoridad, eso ya no es disciplina, es puro y simple autoritarismo. Para que la autoridad sea realmente autoridad y, sobre todo, para que sea parte de un proceso educativo y formativo, debe ser una autoridad razonada y razonable... y debe ser una autoridad responsable.
Pero así como hemos olvidado cómo ejercer correctamente la autoridad, también hemos renunciado al sentido de responsabilidad que ha sido cedido, expropiado o diluido en tantas direcciones que, al final, nadie se hace responsable de nada: siempre hay una excusa para trasladar la responsabilidad de algo que salió mal... hacia alguien más, hacia otro departamento, otra dirección... el típico “yo no fui”.
No es así como debe ejercerse la autoridad ni es esa la forma en que deben asignarse y asumirse las responsabilidades.
Cada uno de nosotros, desde quienes son estudiantes hasta quienes integran el Consejo Superior de Educación, pasando por docentes, directores, supervisores, asesores de todos los niveles, jefes y directores regionales y centrales... todos debemos asumir nuestro papel en el sistema educativo, sin falsas delegaciones, sin renuncias y sin expropiaciones de la autoridad y responsabilidad que debe ser asumida por cada uno. Todos debemos correr riesgos, todos debemos asumir nuestra responsabilidad y nuestro nivel de autoridad, incluida la autoridad sobre nosotros mismos, nuestra propia disciplina.
Por eso... contrario a lo que hace casi siete años alguien le dijo a aquel director, yo les reitero que, si queremos mejorar la educación costarricense, tenemos que correr riesgos. Cada quien debe hacerlo a su nivel, asumiendo su cuota de responsabilidad y ejerciendo su autoridad... pero siendo audaz, teniendo plena conciencia de que cada decisión que tome – o deje de tomar – tendrá un impacto en la educación de algún estudiante que es, a fin de cuentas, lo único que importa.
Que este año 2013 nos sirva para hacer realmente una diferencia: sepamos aprovechar nuestra autoridad, sepamos ejercerla responsablemente y, sobre todo, sepamos correr riesgos, los riesgos que una educación de calidad demanda.