¿Qué quieren nuestros niños?
Leonardo Garnier
Leonardo Garnier, Ministro de Educación Pública, Costa Rica: Diciembre 15, 2010
A veces nos hacemos esa pregunta y la respondemos nosotros mismos, como pensando por ellos: imaginamos “cartas al niño” imposibles de satisfacer. De alguna manera, creemos que los niños son un poco como nosotros los adultos: siempre insatisfechos, siempre comparándonos con los demás, siempre deseando una vida distinta a la que tenemos, queriendo tener lo que tiene el vecino y sufriendo por no tenerlo; siempre menospreciando lo que tenemos, sobre todo aquello que tiene más valor… aunque no tenga precio.
Pero ¿qué quieren realmente nuestros niños? ¿Qué dicen nuestros niños cuando de verdad los escuchamos?
Geysel, una docente de la Escuela Thomas Jefferson hizo el ejercicio con sus alumnos y quiso compartirlo conmigo; y yo necesito compartirlo con ustedes porque pocas veces se nos abre de manera tan cándida la puerta a los deseos de nuestras niñas y niños… y creo que la enseñanza realmente vale. En sus propias palabras, esta docente con quien he trabajo amistad por medio del correo electrónico nos cuenta así el ejercicio que planteó con sus estudiantes:
“Una de las estrategias que implementé fue la de que hicieran propósitos para que trabajaran en ellos durante el mes: fueron escritos en tarjetas de colores y colocados en un lugar visible del aula. La mayoría de los niños realmente se esforzó y, al menos durante las actividades al aire libre, se acabaron las agresiones con palos y prácticamente se erradicaron las patadas. Quizá es una nimiedad, pero pueden hacerle gracia algunas de las expresiones auténticas de niños a los que he tratado de inculcar que opten por lo correcto en lugar de lo fácil. Las redacciones pueden parecerle extrañas y medio incoherentes, pero quise respetar la fidelidad de lo que los niños y niñas expresaron. Mi único objetivo es que se divierta con su lectura. A ver qué le parece este intento de plasmar en la realidad algunos lineamientos teóricos que han emanado de su despacho”.
Miremos, pues, por la ventana que nos abre Geysel y descubramos los sueños mágicos de estos niños, conforme responden una simple pregunta: qué harían “si tuvieran una varita mágica”. Sus respuestas son tan hermosas como diversas:
Haría un carrito para jugar. Me haría una casa más grande, de 13 pisos, para que quepa toda mi familia. Recogería las basuras y las echaría al basurero. Ordenaría todo. Que todos los niños tengan juguetes. Haría que todos los chiquitos fueran buenos. Haría que nos cambiáramos de casa a una de nosotros. Conseguiría una bola de “La Liga”. Compraría juguetes. Haría un cumpleaños para celebrar. Convertiría cosas y haría trucos. Compraría adornos de vidrio, como una tortuga (como la de mi tío). Haría que crecieran flores en el kínder, que vinieran unas ovejas para acariciarlas y verlas. Convertiría mi casa en un castillo y sería una princesa. Aparecería un conejito para acariciarlo. Aparecería un carro de control remoto. Iría a la playa para bañarme. Haría que existieran los dinosaurios para montarme. Me convertiría en una princesa, mi hermanita también; mi mamá una reina y mi papá un rey, mi abuela una reina también y aparecería muchos queques. Haría que todo lo malo desaparezca. Haría un helado para comer. Y poder volar como un pájaro. Cambiaría el país. Haría casas, papás, hijos… Haría que todo el mundo fuera feliz. Haría un tobogán. Haría un cuadrado para convertir en un regalo. Y que mi papá me lleve a pasear. Aparecería una plasticina verde para jugar. Me compraría un carro para “andar” a mi mamá, y que mi mamá y mi papá se casen.
Pero si esto es lo que nuestras niñas y niños querrían si tuvieran poderes mágicos, veamos su notable sentido de realidad cuando responden a esa típica pregunta insulsa que solemos hacerles los adultos: ¿Qué querés ser cuando seás grande?
Estudiar números y letras. Ser Doctora de animales. Manejar “monster jam” y conducir motocicletas. Trabajar de policía. Ser Maestra. Trabajar manejando camiones. Ser profesor de cómputo. Ser masajista profesional. Ser policía. Ser veterinaria. Ser maestro de escuela. Ser “arreglador de carros” (mecánico). Ser paleontólogo. Trabajar en una pizzería, ser la dueña y vender pizzas. Ser doctor. Ser pescador. Ser una maestra de kínder. Ser cocinero de “cangreburger”, como Bob Esponja. Ser doctora veterinaria. Ser portero de fútbol. Manejar un tren. Ser mecánico. Cantar.
Lo que quieren… y lo que quieren ser. El cuadro se completa cuando responden qué era lo más importante que habían aprendido en este año y cuál era su propósito de paz para el año próximo. Mezclo ambas respuestas porque ellos mismos lo hicieron al unir sus propósitos de paz con sus principales aprendizajes.
Obedecer a la primera vez. No contestarle “feo” a los papás. Dibujar sin salirme de las rayas y ser cuidadoso. Respetar a mi mamá y a la niña. Ser más tolerante. Obedecer, portarme bien y ser tolerante. No pegar con palos, ni tirar patadas, ni golpear con manos. No hacer zancadillas. Amar a los compañeros y decir sólo cosas bonitas. No decir cosas feas y no pegarle a los compañeros. Compartir con mis compañeros. No coger piedras, ni patear ni pellizcar. Amar y respetar a mis padres, hacer caso a mi niña y a mis papás. Decir sólo cosas bonitas. No ser tan “quejona”. No arrancar flores. Hablar con volumen suave. Jugar con mis amigos. No decir palabras feas. Ser más paciente. Conocer el #10 y contar hasta 20. Jugar y compartir, no pelear por juguetes. No pegarle a los compañeros porque son buenos amigos. Portarme bien, respetar a todos y ser obediente. A cuidar las cosas. Saber jugar, saber comportarme y obedecer. Tratar bien los juguetes. Amarrarme los zapatos. No gritarle a las mamás ni a los papás ni a los maestros. A cantar y bailar, porque es mi favorito. Compartir con los compañeros, ser buena con ellos y ser amable. Se recortar mejor. Tratar bien las cosas nuevas y también las cosas viejas. A jugar de mamá en dramatizaciones. Palabras nuevas. A hablar bonito. A jugar sin gritar. De mi cuerpo. A abrazar a mi mamá para darle paz. A estudiar, a hacer dibujos y a no pegar patadas. Venir a la escuela a jugar con los compañeros, porque es lindo.
No tengo nada que agregar, simplemente sonreír, pensar en las caras de estas niñas y niños, agradecer a su maestra, a nuestras maestras y maestros por esa tarea cotidiana de construir al mismo tiempo los sueños mágicos y los aprendizajes cotidianos con los que esos sueños se van volviendo realidad cada día, en cada escuela, en cada familia, en cada niña y niño… porque en su presente se construye nuestro futuro.