Una inversión educativa que rinde frutos
Leonardo Garnier

Los jóvenes que tenían 15 años en 1979 hoy tienen 50 años; los que tenían 15 años en 1999 hoy tienen 30 años. ¿Por qué es tan importante tener esto claro? Porque en 1979 Costa Rica vivió una debacle educativa. Habíamos tardado más de 20 años elevar la cobertura en secundaria de apenas un 18% a fines de los años 1950s a un 60% en 1979 y entonces, como resultado de la crisis y el mal manejo que se hizo de la misma, en apenas 5 años la cobertura educativa cayó trágicamente diez puntos y tardó más de quince años en recuperarse: de 1979 a 1985 la cobertura en secundaria cayó de 60% a 50% y, para 1999 era de apenas un 59%.
Durante esos veinte años la mitad de nuestros jóvenes no estuvieron en el colegio. Hoy, esos jóvenes tienen entre 30 y 50 años: son la porción más importante de nuestra fuerza laboral... y la mitad de ellos no fue al colegio. Fue la debacle gestada hace treinta y cinco años.
La escolaridad promedio ¿de cuáles costarricenses?
Por eso hay que tener cuidado al decir que la escolaridad “del costarricense promedio” apenas ha aumentado en los últimos años, mientras que la inversión educativa ha aumentado mucho. Esto constituye un error metodológico de bulto que da al lector la falsa sensación de que en el país todo sigue mal y que los aumentos en la inversión educativa no están dando resultados cuando lo cierto es que, si bien nos falta camino, los resultados han sido realmente notables y sientan las bases para que las brechas de desigualdad que han caracterizado nuestros mercados laborales en las últimas décadas, empiecen a desaparecer.
Cuando se habla de le escolaridad del costarricense promedio, se habla del costarricense de 15 años o más. La edad promedio de este costarricense es de 40 años y, por supuesto, la escolaridad de los costarricenses cuya edad promedio hoy es de 40 años, es resultado de la crisis educativa de 1970 – 1999. Un costarricense que hoy tenga 40 años, tenía 15 años en 1989, cuando la tasa de escolaridad bruta en secundaria era de apenas un 51%. La realidad es muy distinta para un joven que hoy tenga 15 años: la tasa de esoclaridad bruta hoy es del 90,5%.
Por eso no tiene sentido insinuar que no hay mejoras en nuestra educación utilizando datos que, al incorporar a toda la población mayor de 15 años, arrastran el grave impacto de esas dos décadas (1970–1999) y ocultan los notables avances de los últimos años.
Una década de aumento en la equidad educativa
Todo esto se aprecia con claridad en el Gráfico 1: primero, el gran esfuerzo que hizo el país por elevar su cobertura educativa en los años 1960s y 70s, que fue la base para la expansión y consolidación de los sectores medios y la profesionalización del mercado laboral. Luego, el impacto perverso de la crisis y las dificultades por recuperarse de ella, lo que implicó que, por veinte años, la mitad de los jóvenes no fueran al colegio. Finalmente, el notable avance de los últimos quince años que nos coloca en un 90,5% de cobertura, muy lejos del 50% que afectó a quienes hoy tienen en promedio 40 años.
Pero esto no es lo más importante. En términos de equidad, el logro más importante de la última década es que las inversiones en educación rural y en programas de equidad han logrado reducir de manera dramática las brechas educativas, como muestra el Gráfico 2.
En 2003, hace apenas diez años, la brecha de escolaridad que separaba a los estudiantes urbanos de los rurales era del 30%. Hoy, esta brecha se ha reducido a solo un 7%, una cuarta parte de lo que era.
En 2003, hace apenas diez años, la brecha de escolaridad que separaba a los estudiantes de mayores ingresos y los de menores ingresos era del 44%. Hoy, esta brecha se ha reducido a un 17%, mucho menos de la mitad.
Pero la brecha más difícil de romper es la que separa a las familias con mayor nivel educativo y las de menor nivel educativo. En 2003 esta brecha era dramática: una brecha de 68%. Hoy, gracias a un trabajo sistemático en todo el país, se ha reducido del 68% al 29%, menos de la mitad.
No digo esto con una actitud conformista, todo lo contrario: los retos aún están ahí. Hay que eliminar completamente esas brechas educativas y seguir elevando la calidad. Pero sí lo digo con satisfacción y, sobre todo, con el ánimo de decirle a los costarricenses que sí es posible mejorar: nuestra educación pública está cambiando, está mejorando en cobertura, en equidad y en calidad.
Invertir en educación para reducir la pobreza y la desigualdad
La pobreza y desigualdad que hoy nos angustian surgen de un acceso desigual a empleos calificados y formales. Por veinte años, la mitad de nuestros jóvenes estuvieron fuera del colegio: ellos constituyen la mitad de la fuerza laboral de hoy; son costarricenses que, con una edad promedio de 40 años, no tuvieron acceso a buen empleo.
En la última década la cobertura subió de 60% a más de 90% y las brechas educativas cayeron drásticamente. Esto es un hecho pero, como es lógico, no puede reflejarse en la población costarricense que hoy tiene, en promedio, 40 años, aunque se reflejará, sin duda, en las oportunidades de quienes hoy están en el colegio. Esto nos permitirá reducir los niveles de pobreza y desigualdad existentes, dándole acceso a los jóvenes de hoy a empleos más formales, de mayor calidad y mejor remunerados. La inversión en educación, rinde frutos.