Ahora suena y ahora ¡sonó!
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACION – Jueves 20 de Junio, 2002
¿Por qué es popular un disco? ¿Por qué nos gusta tanto como para que llegue a los primeros lugares? Sin duda una de las razones es simple (o compleja, según se mire): una canción nos gusta… porque nos gusta. Porque tiene algo, algo que nos llega, que nos mueve, que nos hace querer escucharla una y otra vez. Pero hay una diferencia entre que una canción ‘nos guste’ y ese fenómeno de ventas millonarias, concentradas en unas pocas semanas, de canciones – y artistas – que luego desaparecen. Y de ambas hay ejemplos viejos y nuevos: canciones como Penélope, Imagine o Perfidia, o más recientes – dirían mis hijas – como Smooth o Don’t Speak… son todas canciones que gustaron tremendamente en su momento, y que siguen y seguirán gustando muchos años después. Otras, aunque nos gustaron y se vendieron incluso más en su instante de gran moda… son de esas que ni por nostalgia se nos ocurre oír ahora: ¿Saturday Night Fever? ¿Thriller? ¿La vida loca? ¡No, por favor!
Esto viene a cuento por una noticia sobre los problemas que parece estar teniendo Michael Jackson con el sello disquero Sony. Luego de cinco años de preparación y enormes expectativas, a ocho meses de su lanzamiento, su nuevo disco ‘Invencible’ no termina de despegar: apenas ha vendido dos millones de copias… que para usted o para mí serían muchísimas pero… recuerde que hace veinte años, Michael había vendido cuarenta y cinco millones de copias de ‘Thriller’. Según las noticias, Jackson y sus fans están molestos con Sony porque el disco no ha sido suficientemente promovido, mercadeado, colocado… ¿dónde? …en los oídos de los compradores, por supuesto. Y están molestos porque entienden que cuáles canciones de cuáles discos suenan con cuánta frecuencia en cuáles emisoras… es algo que depende cada vez menos de lo que creen pedir los oyentes o de la intuición de los disc jockeys locales, y cada vez más de las estrategias de promoción de unas pocas y muy grandes empresas disqueras, que deciden cuáles canciones ‘tienen que gustarnos’. Casi se diría que la oferta es la demanda.
Claro que no es tan automático. No basta que una canción suene y suene para que finalmente nos guste, pero… que ayuda, ayuda... sobre todo cuando al efecto repetición se agrega el efecto colectivo: las cosas de la moda ‘me gustan porque nos gustan’ y porque ‘gustan donde gustan’. Parte de su encanto está, precisamente, en el sentido de identificación que nos provocan, y de ahí el éxito de la repetición dirigida al mismo grupo: aunque lo que se repite sea tan monótono como ‘she bangs, she bangs’… ¡se nos pega! Por eso la molestia del pobre Michael: como su disco no suena, no se vende; y como no se vende, le pagarán mucho menos por su próximo disco… si llega a haber, porque para las casas disqueras resulta más rentable inventarse nuevos ídolos que puedan poner a sonar cuando los viejos se vuelven caros: afuera los Backstreet Boys… adentro N’Sync. Tal vez fue por eso que, para no sucumbir en la vorágine de ídolos desechables, Madonna – astuta y traviesa – desarrolló su propio sello; y que otros se conforman con un balance más estable, más humano, a lo Sabina.