Cajas únicas, empanadas y educación
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación – Jueves 21 de julio, 2005
“...con esto yo dejaría de vender helados y empanadas. Tengo que hacerlo para ayudar a mi mamá ya que tengo cuatro hermanos...” – dijo Jairo, de doce años, estudiante de sexto grado en la escuela Laurel, de Corredores, refiriéndose a los cinco o seis mil pesos de la beca escolar que, como él, deberían estar recibiendo unos sesenta mil estudiantes de escasos recursos en todo el país, para retornar a clases luego de las vacaciones de medio año – un período crítico para la deserción escolar. Pero no. Jairo no va a poder dejar de vender helados y empanadas este mes – y no sabemos hasta cuándo – porque, como reporta Raquel Gólcher, esta ayuda, “quedó suspendida por tiempo indefinido” ya que “la Tesorería Nacional detuvo los depósitos del Fondo Nacional de Becas como medida de presión para que el dinero de las ayudas, que se financian por medio de un fideicomiso, pase a ser manejado desde la caja única del Estado.”
No se trata aquí de cuestionar la responsabilidad fiscal. Es obvio que la Tesorería, el Ministerio de Hacienda – y, ojalá, el Ministerio de Planificación – necesitan herramientas para garantizar que los dineros públicos se gasten bien, que respondan a las prioridades estratégicas y no a los caprichos y las rutinas sin sentido. Ese era el objetivo original de la caja única pero, una vez más, esta caja única concebida a nombre de la eficiencia y la racionalidad, se convierte en verdadera caja negra en la que toda racionalidad desaparece, todo orden y sentido de prioridad se invierte y se pervierte. La caja única se transformó – y se deformó – en un fin en sí misma: una peculiar caja de Pandora que, primero, quiere tragarlo todo y, luego, se abre para dejar escapar rutinaria y caprichosamente cientos de millones para usos de dudosa relevancia pero se cierra insensible e insensata, atrapando en su fondo recursos prioritarios, urgentes y con destinos claros y preestablecidos, como los de las becas escolares, los del mantenimiento de las vías públicas, los de comedores escolares o los del nivel primario de salud, que del todo no llegan a su destino, o llegan incompletos o cuando ya es demasiado tarde. Así, en aras de una mal entendida responsabilidad fiscal, sacrificamos la educación, la infraestructura y la salud en el altar de la caja única.
Nadie sale de pobre con una beca de cinco o seis mil colones... pero nadie sale de pobre sin educación; y el objetivo principal de esas pequeñas pero vitales becas es precisamente ése: mantener a estos niños y niñas como Jairo en la escuela, evitar que, por tener que vender helados, chicles, bolígrafos o empanadas, le resten tiempo al estudio, que es la única herramienta que podría garantizarles una vida mejor. Es su derecho. Ojalá que, como en la vieja leyenda griega, esta caja de Pandora deje salir – al fin y a tiempo – la esperanza.