Chocolate sin ¿impuestos?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones – La Nación, Costa Rica, jueves 17, 2005
A cada rato decimos que “no se puede hacer chocolate sin cacao” y, sin embargo nos la pasamos tratando de hacer chocolate si acaso con un par de boronas de cacao. Luego, claro, nos quejamos del sabor a agua chacha de nuestro chocolate, de la mala calidad de nuestra educación o del pésimo estado de nuestra infraestructura. Así somos. Por eso no deja de sorprenderme esa obsesión de algunos ¿de muchos? en oponerse a cualquier intento por subir los impuestos, como si de verdad creyeran que la gente vive mejor en los países en que se pagan menos impuestos. La realidad nos dice exactamente lo contrario.
Mientras que en Guatemala se dedica menos de un 10% y en Costa Rica apenas un 13.5% de la producción al pago de impuestos para financiar los bienes y servicios públicos, países como Noruega, Finlandia, Dinamarca y Suecia dedican entre un 33% y un 36% de su producción al pago de impuestos para poder tener bienes y servicios públicos de calidad mundial. ¿Vivirán peor que nosotros los daneses, finlandeses, noruegos o suecos por pagar más impuestos... viven mejor los guatemaltecos? La pregunta es más que retórica, pero la respuesta es contundente: ¡no! No es cierto la gente vive peor cuando se pagan más impuestos, por el contrario: cuando se pagan pocos impuestos el Estado no tiene suficientes recursos para funcionar bien y dar buenos servicios; y entonces las familias tienen que optar entre quedarse sin esos servicios – como se quedan nuestros muchachos sin educación – o pagar muy caro por obtenerlos en forma de servicios privados. Pero es así de absurdo: no queremos tributar pero tampoco estamos contentos con los servicios públicos que tenemos y, en esto sí... envidiamos los goces de Europa.
Hace un par de semanas mencionaba la situación trágica de nuestra educación secundaria, tanto en términos de calidad como de cobertura. Pero... ¿cuánto invertimos en educación? A pesar de la reforma constitucional que aprobamos en 1997 – y a la que la Sala IV nunca ha querido darle importancia – dedicamos menos del 6% del PIB a la educación. En consecuencia, invertimos menos de $1.800 al año por estudiante de secundaria. Si usted se pregunta si eso es mucho o poco, yo podría decirle que es mucho si lo comparamos –corrigiendo por diferencias de precios – con los $250 que se invierten en Guatemala o en Bangladesh, pero es poco, muy poco, si lo comparamos con los $12.000 que invierten por estudiante Dinamarca o Finlandia, que tienen una cobertura casi total y una de las más altas calidades del mundo: buen chocolate para todos con suficiente cacao. Y lo que es cierto en educación, es también cierto en infraestructura. Por supuesto – antes de que alguien reclame – el Estado no solo tiene que gastar, tiene que gastar bien: con prioridades, eficacia y honradez. Para eso, la rendición de cuentas es fundamental pero, sin el cacao... ¿cómo pedir cuentas sobre el chocolate?