Claro como el petróleo
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones – La Nación, Costa Rica, 25 de agosto, 2005
En junio del año pasado el precio del barril de petróleo rondaba los $30. En ese momento, los más optimistas calculaban que el descubrimiento de nuevos yacimientos y las mejoras tecnológicas permitirían postergar por cuatro o cinco décadas el punto de quiebre en que se empezaría a sentir nuevamente la escasez global de petróleo y el consecuente aumento en los precios. Los más pesimistas calculaban que ese quiebre llegaría más bien en unos diez años. Hoy – un año después – el precio amenaza con llegar a los $70, que equivale al precio más alto que alcanzó el petróleo en la crisis de 1981.
El mundo consume más de ochenta millones de barriles diarios de petróleo. Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, absorbe una cuarta parte del petróleo del mundo – unos veinte millones de barriles – y se estima que su demanda aumentará en un 50% en los próximos veinte años. China se ha convertido en el segundo consumidor mundial de petróleo y en menos de veinte años podría estar demandando diez millones de barriles diarios. La demanda crece en todas partes – y con mayor rapidez donde más rápido crecen las economías y el consumo. Como en 1981, los precios exorbitantes de hoy frenarán un poco la expansión de la demanda, pero solo un poco, y por poco tiempo. Por eso no es solo cuestión de precios: lo cierto es que más temprano o más tarde de lo pensado, nos quedaremos sin petróleo. No de un día para otro, pero nos quedaremos sin petróleo; y el proceso no va a ser indoloro ni equitativo.
Frente a esto no hay salidas mágicas. No hay siquiera salidas únicas. Solo una combinación responsable de complementos y sustitutos al petróleo, junto con estilos de vida menos despilfarradores de energía, nos garantizarían un futuro ambiental y económicamente viable. Pero esas soluciones no aparecen sin esfuerzo, sin pensarlas, sin planearlas, sin ejecutarlas con tiempo y sistemáticamente... algo a lo que parecemos alérgicos. Así, mientras el barril de petróleo se acerca a los $70, en las estrechas calles de San José pululan enormes cuatro por cuatro que se tragan sin piedad un petróleo que no tenemos y que cada día nos sale más caro: la factura petrolera pasó de $235 millones en e1994 a $582 en el 2004... y ya iba por $400 millones a junio de este año. ¿Cuánto no podríamos ahorrarnos con un poco de previsión?
En el campo de la generación eléctrica – como comentaba René Castro el domingo pasado – necesitamos independizarnos al máximo del petróleo, recurriendo en serio a las fuentes eólicas, geotérmicas y de biomasa como complementos de nuestra red hidroeléctrica. Pero la electricidad apenas satisface un 20% de nuestro consumo energético, mientras los hidrocarburos aportan un 70% y son absorbidos, sobre todo, por una flota vehicular que crece rápidamente: pasamos de menos de 320.000 vehículos en 1990 a más de 700.000 hoy. Urge racionalizar este absurdo consumo de petróleo y hay que hacerlo por diversas vías: frenando el crecimiento de la flota mediante una mejora del sistema de transporte público; mejorando la calidad y eficiencia de los vehículos y, claro, de las vías; promoviendo la sustitución parcial de gasolina y diesel con etanol y biodiesel así como el uso de motores híbridos que utilicen energía eléctrica – algo que se hace ya en países como Alemania y Japón, pero también en Brasil, país pionero donde el 40% del combustible que usan los vehículos es etanol, que les da una energía más limpia, renovable, producida localmente... ¡y hasta más barata!