Comer juntos
Leonardo Garnier

Sub/versiones – La Nación: 21 de febrero, 2002
“Comedores atienden a más de la cuenta”. El titular no podía ser más directo, más sugestivo… ni más engañoso. El problema – nos dicen – es que “la mayoría de las instituciones que ejecutan el programa le dan comida a todos”. A primera vista, la queja parece sensata: si tenemos poca plata para los comedores escolares, lo lógico es que sólo coman los que de verdad lo necesitan, lo demás, sería ineficiente, ¡un desperdicio! En palabras del responsable del plan en el MEP, “la gran debilidad de este programa es su universalización”. No obstante, aceptó que “es muy difícil decirle a un niño que no vaya donde están sus demás compañeros”.
Los economistas sabemos que cuando decimos que ‘la plata no alcanza para esto…’ es porque queremos gastarla en ‘algo más importante…’. Para justificar que los comedores no deben atender a todos los niños de las escuelas pobres, se nos dice que “la idea de este programa es complementar la alimentación de los niños, no es la comida principal”. Sin embargo, a punto y seguido, se reconoce que “en la mayoría de los casos, lo que reciben los niños sí es la comida principal, o quizás la única”. Si esto es cierto, el programa no sólo sería importante para que los niños aprendan a convivir y compartir – que ya sería un digno logro – sino para que aprendan y punto, porque, ¿quién puede aprender sin el sustento de una buena comida al día?
Alguien me insistirá: ¡sí, pero es que la plata no alcanza! Veamos. Para atender a casi 475.000 niñas y niños – la mitad de la población escolar – el programa gastará este año unos ₡8000 millones, que representa un 2.8% del gasto en educación, un 0.8% de la inversión social y menos de un 0.3% del gasto público. Aumentar ese presupuesto en – digamos – una tercera parte, costaría unos ₡ 2.600 millones. ¿No hay plata para eso? Sabemos que anualmente se gasta más de ₡ 350.000 millones en programas de asistencia social de dudosa efectividad y propicios al clientelismo. Menos del 0.8% de esos recursos permitiría que los comedores escolares no tuvieran problema. Y esto sin salirnos del ámbito del ‘gasto social’… porque mucha plata se gasta en otros rubros que difícilmente consideraríamos tan prioritarios. El problema es otro, y tiene que ver con para qué creemos que son los comedores… ¡y las escuelas!
Según la noticia, el propio Ministro de Educación, don Guillermo Vargas, afirmó que “el comedor no es un espacio para compartir, sino para dar un nutriente en particular”. Yo discrepo. La educación, para serlo, tiene que ir mucho más allá de la mera adquisición de conocimientos para la vida laboral. También debe enseñar a vivir – “aprender a comer de todo” como dijo una maestra – y, sobre todo, aprender a convivir, aprender que somos de los mismos, que la comida y la educación que compartimos es un derecho, no un privilegio ni una limosna. Para eso, ¿puede haber algo más significativo que comer juntos? Es por eso, tanto como por los nutrientes, que financiar los comedores resulta tan importante como financiar los cursos de matemáticas, de historia o de informática.