Cumbre… ¿de la retórica o de los hechos?
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACION: Jueves 29 de Agosto, 2002
Hoy, más de cincuenta mil personas – incluyendo cien jefes de estado y miles de organizaciones sociales, científicas y religiosas – se reunirán en Johannesburgo en una cumbre que pretende enfrentar dos de los más grandes dramas de nuestro tiempo: la pobreza y la destrucción ambiental.
Hoy, en este mundo nuestro, casi tres mil millones de personas viven con menos de dos dólares por día. Dos dólares son unos setecientos colones, con lo que usted podría comprarse una lechuga y un par de tomates, un cuarto de kilo de mortadela, media piña y una coca cola. Es decir, le alcanzaría para comer… y punto. Y las brechas se amplían. Hace cuarenta años, el ingreso promedio en los veinte países más ricos era unas veinte veces más alto que en los veinte países más pobres; hoy, es casi cuarenta veces más alto: el 80% del ingreso mundial está en manos del 20% de la gente, mientras el 80% de la gente sobrevive con el 20% del ingreso.
Hoy, la capacidad de nuestra biosfera para absorber dióxido de carbono – sin provocar el ‘efecto invernadero’ – está seriamente comprometida por el uso creciente de combustibles fósiles. Casi la mitad de las emisiones de CO2 las hacen los países desarrollados, que apenas tienen un quince por ciento de la población mundial, pero concentran el grueso de la producción. El ciclo global del nitrógeno está también sobrecargado, afectando la fertilidad de los suelos y alterando la capacidad nutricional de ríos, lagos y costas. El agua amenaza con convertirse en el recurso precioso – y el gran negocio – del siglo XXI. Más de mil millones de personas carecen de acceso a fuentes de agua potable y agua limpia para su higiene personal. Una quinta parte de los bosques tropicales ha sido destruida en los últimos cuarenta años.
Se ha dicho que para reducir la pobreza a la mitad, los países subdesarrollados deberían crecer a un 3.6% por año durante los próximos quince años. Sin embargo, apenas han podido crecer a un 1.6% por año durante los últimos veinte años. Pero, si estos países – en los que vive el ochenta y cinco por ciento de la población mundial – lograran en efecto crecer a una tasa que les permitiera reducir la pobreza a la mitad… ¿qué implicaciones tendría eso para el medio ambiente? Para salvar al 80% de la gente… ¿deberíamos resignarnos a destruir el planeta? O, por el contrario, para salvar al planeta… ¿deberíamos condenar a la pobreza al 80% de la gente?
Puede ser que, al final, todos ganemos y este no sea un juego de suma cero. Pero, en el camino, para que unos ganen – reduciéndose la pobreza y el deterioro ambiental – otros tendrán que perder… o, por lo menos, tendrán que ganar menos. ¿Estarán dispuestos a ganar menos, a gastar menos, a contaminar menos? Para que la pobreza sea menor, la riqueza tiene que ser distinta. ¿Estaremos dispuestos a estos cambios quienes vivimos muy por encima de esos dos dólares diarios? Si juzgáramos por las declaraciones que se dieron hace diez años en la Cumbre de Río… sí que lo estamos. Pero hoy, lo que necesitamos es una cumbre que trascienda la retórica como la trascienden los hechos. No bastan las ‘metas globales’. Hace falta una ruta crítica y, sobre todo, una verdadera distribución de las cargas y responsabilidades para que esa ruta crítica se cumpla y las metas se alcancen.
¿Cómo dice? ¿Bush? No, Bush no va. ¡Qué va! Está demasiado ocupado preparando su guerra como para preocuparse por problemas menores.