De asimetrías y limones
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 18/10/01
Uno de los principales encantos de la economía de mercado es que a partir de señales tan simples como los precios podemos decidir prácticamente todo: desde cuánto consumir de cada cosa a la que podemos aspirar, hasta con qué recursos y cuáles técnicas debemos producir esas mercancías... siempre y cuando en esos mercados todos estemos suficientemente bien informados. Pero... ¿lo estaremos? No, según George Akerlof, Michael Spence y Joseph Stiglitz, que acaban de recibir el Premio Nobel de Economía por sus estudios de mercados en los que, más bien, la información no sólo es insuficiente sino que está muy desigualmente repartida.
En 1970 Akerlof publicó “El mercado de los limones”, que es como llaman en Estados Unidos a esos carros que salen defectuosos. El problema es que al mercado de autos usados acuden tanto quienes quieren vender buenos carros, como quienes quieren deshacerse de ‘limones’ que, sin buena información, resultan indistinguibles para los compradores, quienes temen ser estafados pero no saben cómo evitarlo. Si el precio es muy bajo (lo que normalmente sería bueno) ¿será porque el carro es muy malo? Y un precio alto ¿indicará mayor calidad o será un truco del vendedor, que sospecha que los compradores pensarán así? Generalizado a muchos otros mercados, el argumento resulta poderoso: cuando la información es asimétrica y unos tienen más y mejor información que otros, los mercados no funcionan como en los modelos tradicionales y se requieren incentivos, señales e instrumentos adicionales, como normas, garantías, contratos, regulaciones, información pública, marcas con reputación, buena intermediación, etc.
Durante cuatro años, y hasta que el Quarterly Journal of Economics finalmente lo publicara, tres revistas de primer nivel habían rechazado el artículo de Akerlof llamándolo –irónicamente—un ‘limón’. En el American Economic Review dijeron que era interesante pero que ellos no publicaban cosas tan triviales; también lo consideraron trivial en el Review of Economic Studies; mientras en el Journal of Political Economy adujeron que era demasiado general para ser bueno. ¿Por qué hace treinta años se rechazó como trivial y vago lo que hoy se considera merecedor del Nobel? Según el propio Akerlof, los editores temían que el argumento de la información asimétrica pudiera tener un impacto negativo sobre la rigurosidad de la ciencia económica, dada la abundancia de instancias en las que la información pareciera insuficiente o muy desigualmente distribuida. Además, cree que probablemente les molestó el estilo de su artículo, que no reflejaba la tradicional solemnidad de los economistas.
En un mundo de mercados globales y con una economía cada vez más centrada en el conocimiento, los problemas de la calidad y la adecuada distribución de la información se tornan más importantes que nunca, en particular para países en desarrollo en los que tales asimetrías son todavía mayores. Así, este Premio Nobel para Akerlof, Spence y Stiglitz resulta no sólo merecido, sino particularmente oportuno y hasta... ¿subversivo?