De inseguridades, miedos y absurdos
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación: jueves 15 de diciembre, 2005
Cada día nos sentimos más inseguros... y con razón. De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano recién presentado por el PNUD, el aumento de la inseguridad en Costa Rica es real: hace veinte años solo un 20% de los hogares había sido víctima de algún acto violento; mientras que, hoy, el porcentaje ronda ya el 40%. El aumento se da sobre todo en los asaltos y robos, que constituyen cerca del 75% de los delitos.
Pero también hay buenas noticias pues, contrario a lo que se suele creer, el porcentaje de asesinatos no ha aumentado sino que se mantiene muy bajo y estable desde hace treinta años, afectando apenas a 6.5 de cada cien mil habitantes: menos personas murieron asesinadas en los últimos diez años – 2.496 – que las 2.586 que se quitaron su propia vida; y mucho menos que las 6000 que murieron por accidentes de tránsito.
Una noticia que algunos verán como buena, otros tal vez no tanto, pero que en todo caso es importante... es que no, no son los extranjeros los principales actores de estos actos violentos en aumento. Frente a la xenofobia que cree ver un nica o un colombiano detrás de cada asalto, las estadísticas son contundentes: menos de un 6% de los implicados han sido nicaragüenses, menos de un 2% ha sido colombiano y menos de un 4% del resto de las nacionalidades. La gran mayoría de los actos violentos han sido cometidos... por ticos. Otra revelación del estudio es que la violencia – al menos la que se refiere a hechos delictivos como robos, asaltos, hurtos y asesinatos, es un fenómeno típicamente masculino: casi un 90% de los condenados por esos delitos son hombres.
Ahora bien, si algo ha aumentado más que la inseguridad... es nuestra sensación se inseguridad. El informe demuestra que percibimos que se comete el doble de delitos contra la propiedad de los que realmente se cometen y nueve veces más actos de violencia física de los que realmente ocurren. Los miedos y los medios podrían estar formando una mala yunta, pues quienes más inseguros se sienten son los que más se informan por la televisión.
Pero el miedo suele ser mal consejero cuando se trata de encontrar soluciones: más pistolas en la calle – o en las casas – no van a reducir los robos sino a aumentar las muertes. Sí, por supuesto, hacen falta más y mejores policías, hace falta que mejore la calidad de los arrestos y de los procedimientos judiciales para que los delincuentes no se zafen por tecnicadas. Pero tan importante como ser duros con la violencia es que seamos aún más duros y eficaces con las causas de esa violencia.
En el corto plazo sólo frenaremos la delincuencia combinando una policía y una justicia más efectivas con el rescate de nuestros barrios, comunidades, plazas, parques y calles; haciéndolos más seguros, más agradables, más vivibles... más nuestros. Pero eso no será sostenible si no cumplimos otra tarea: la de combinar más y mejor educación con más y mejores empleos para nuestros jóvenes.
El Informe del PNUD debiera abrirnos los ojos – y la bolsa – al mostrar cómo, hoy por hoy, el Estado tiene que gastar más en la manutención de un reo a lo largo de su condena de lo que gastamos en llevar a un niño o niña desde su educación preescolar hasta su graduación como profesional. En efecto, la inversión combinada que hace el gobierno en un estudiante, desde que entra a primer grado hasta se gradúa como profesional ronda los ₡ 17 millones a lo largo de un proceso que dura entre 17 y 19 años. Eso es aproximadamente lo mismo que, en promedio, duran las condenas por violación u homicidio, solo que lo que le cuesta al Estado financiar el encarcelamiento de esos delincuentes anda entre ₡ 19 y ₡ 21 millones.
Si eso no significa que tenemos las prioridades torcidas, no sé a qué habrá que esperar... Cuanto más desigual y excluyente se torna una sociedad, cuanto menos oportunidades ofrece, cuanto más se ahorra en desarrollo social... más termina gastando en atender las consecuencias perversas de esa desatención. Y nunca da lo mismo. ¿A qué estaremos esperando?