De los tres no se hace uno... ¿o sí?
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACIÓN: Jueves 23 de Enero, 2003
¿Existe alguna relación entre la fuerza y continuidad de los gobiernos y la consistencia de la política económica? ¿Es posible lograr un éxito simultáneo en el área económica y social, o son inevitablemente excluyentes? Esas son las preguntas claves del libro “Buscando el modelo económico en América Latina” donde Carmelo Mesa-Lago compara los ‘tres modelos’: Chile, Cuba y Costa Rica.
En cuanto a tener poder para implantar políticas radicales y cambios rápidos y drásticos, el libro revela que gobierno cubano ha sido indudablemente el más fuerte, seguido por el Chile de Pinochet, mientras que Costa Rica lidiaba con el Estado más débil, obligado siempre a alcanzar acuerdos. “Sin embargo – advierte Mesa-Lago – un poder estatal excesivamente fuerte podría tener efectos económicos adversos tales como cometer errores de políticas a gran escala con resultados desastrosos y excluir a la mayoría de la población del proceso de toma de decisiones necesario para construir un consenso”.
Esto lo vemos hoy en Costa Rica cuando el gobierno con el presidente más popular que hemos tenido en mucho tiempo (y que, por tanto, podría tener gran poder) intenta cometer uno de esos errores de política a gran escala – reducir el curso lectivo – y se encuentra, de pronto, frente a una ciudadanía que defiende sus derechos utilizando tanto los mecanismos de la voz y la opinión pública como los de la institucionalidad: la Defensoría de los Habitantes, la Sala Constitucional, el Consejo Superior de Educación, el Consejo Nacional de Rectores, etc. HHHHhhh
Y es precisamente esa combinación de ciudadanía e institucionalidad – y no la fuerza o inamovilidad de los gobernantes – la que destaca, a fin de cuentas, en la obra de Mesa Lago, garantizando la continuidad de las políticas de estado frente a las presiones del corto plazo, los intereses particulares y las ocurrencias de los gobiernos. Contrario a lo que suele pensarse, Mesa-Lago muestra cómo la integración de las políticas económicas y sociales ha sido más estable y más consistente en la compleja democracia costarricense, en donde desde los años cincuenta se sucedieron muchos cambios de gobierno y de partido gobernante, que en los casos de poder monolítico de los otros ‘modelos’, donde tanto Castro como Pinochet ejercían un poder omnímodo durante largos, muy largos períodos.
Sólo con el regreso a la democracia pudo el ‘modelo chileno’ dar paso a la reactivación de la política social, de la regulación de los mercados y del respeto a los derechos. Sin ese paso, el ‘éxito económico’ se habría revelado como miope, parcial e insostenible: la pobreza y la desigualdad seguían atascadas y amenazaban la sostenibilidad misma del modelo. En el caso cubano, en medio de la improvisación interna y el bloqueo externo – autoritarios ambos – los logros sociales se ven cada vez más comprometidos, y sólo podrían subsistir con una política económica consistente que les diera sustento, lo que parece improbable sin un desarrollo institucional abierto y democrático. Sí, es más difícil y más frustrante gobernar en democracia pero – y esa es la gran moraleja del extensamente documentado libro de Mesa-Lago – solo así se puede construir un desarrollo incluyente… y, aún así, no hay garantías.