De una columna... a un Ministerio sub/versivo
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, Costa Rica, jueves 6 de abril, 2006
Al principio tuve miedo de que una columna semanal se convirtiera en una rutina insoportable. Han sido casi cinco años y los temores fueron infundados: he disfrutado cada sub/versión: investigándola, escribiéndola, acortándola con rigor y cariño para que cupiera en esta pequeña y privilegiada esquina. Sobre todo, he gozado con la complicidad – o crítica – de quienes me leían. Ha sido un oficio enriquecedor y divertido que me ha permitido expresar públicamente lo que pienso y siento con absoluta libertad (gracias, Eduardo, Alejandro, don Julio); y hacerlo poniendo tanta atención al contenido como a la forma, jugando con las palabras para lograr un efecto por lo que decía y por cómo lograba decirlo (gracias, Víctor y don Fernando).
La educación fue un tema recurrente. Una y otra vez me dio material para conversar, reclamar, sugerir, lamentar, provocar y soñar: el desarrollo de un país no puede ser mejor que la educación de su gente, de toda su gente. Pero la educación no es un mero instrumento para el desarrollo: es parte de su definición misma. Por más crecimiento económico o bienestar material que alcance, un pueblo no puede decirse desarrollado si no tiene capacidad de entender su entorno natural y social, su lugar en el universo y en la historia, si no tiene sentido de su contingencia y de su trascendencia, si no tiene educación.
En los tiempos que vivimos, nuestra educación enfrenta al menos cinco retos. El reto social de contribuir a cerrar esa creciente brecha de oportunidades y bienestar que se refleja grotesca en las estadísticas y en las calles. El reto económico de crear las capacidades humanas necesarias para competir a base de productividad, de ingenio, de conocimiento y destreza: ¡nunca a base de pobreza! El reto ecológico de enseñarnos a vivir en armonía con nuestro ambiente. El reto cultural de ayudar a descubrirnos, entendernos, expresarnos y reconstruirnos como ciudadanos del mundo pero con plena conciencia de nuestra propia identidad, rica y diversa. Y el reto ético y estético de brindar los criterios que, en medio de tantas y tan contradictorias presiones, nos guíen en esa búsqueda permanente y crítica de lo que es justo y bueno y de lo que es bello: criterios que dan su verdadero sentido a la vida humana.
Hoy cierro el ciclo de esta columna para asumir el cargo de Ministro de Educación: ya no será cada jueves que, desde aquí, lance mis sub/versiones. A quienes me han leído, mi agradecimiento y mi amistad. A todos, una invitación a que nos ayuden en la difícil y apasionante responsabilidad de trabajar – junto con estudiantes, docentes y funcionarios del Ministerio – para enfrentar esos retos con fuerza y con visión. Tenemos que hacer del Ministerio de Educación lo que debe ser: un Ministerio esencialmente transformador y subversivo.