Dos mil uno
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 27/12/01
Dos mil uno, aquel año simbólico que Kubrick emblematizó en su Odisea y que parecía entonces tan lejano, está por terminar. No ha sido un buen año y, ojalá, no sea un mal augurio para el siglo que inaugura. En Argentina, nos quedan más de veinte muertos, un gobierno que cae, otro transitorio, una nueva moneda que se agrega a pesos, dólares, patacones... y la amarga sensación de que, una vez más, se sacrificó a la gente a nombre de dogmas económicos que tienen un ojo muy fino para los balances financieros pero un oído muy sordo a los desequilibrios sociales. En Medio Oriente, la intransigencia se ha convertido en la moneda de cambio, sin que los responsables parezcan entender que esa moneda sólo compra mayores resentimientos y nos aleja de cualquier solución duradera. En África, el SIDA sigue cobrando víctimas por millares, pero el drama sigue lejano a las prioridades y los afectos del mundo avanzado, cuya reacción se ha quedado muy corta ante la magnitud de la tragedia. China se incorpora a la OMC y los impactos los sentiremos por décadas. Parecemos aceptar que la pobreza siga siendo la condición normal de vida para la mitad de los habitantes del planeta. El terrorismo masivo sacude al mundo y nos hace tomar conciencia de lo que irlandeses, colombianos y españoles – entre otros – han sabido desde hace mucho: el terrorismo es un problema de todos, no sólo de los que toman partido.
Detrás de las coyunturas particulares, el cuadro planetario se asemeja más a las proyecciones literarias de Huxley en Brave New World y Orwell en 1984 que a cualquiera de las prospectivas – optimistas o pesimistas – de los futurólogos profesionales. La concentración global del poder económico es de tal magnitud que habría dejado estupefactos a los más ambiciosos megalómanos del pasado. El peso y los criterios del capital financiero se han vuelto claves para todos los aspectos de la vida moderna. Los medios globales de comunicación son controlados por media docena de corporaciones y otro tanto ocurre con la concentración de los canales de comercialización y la internacionalización de las cadenas productivas. Un mismo esquema de mercadeo se expande a lo largo y ancho del planeta y la mercantilización captura muchos espacios de la vida social que, hasta hace poco, se mantenían protegidos de la lógica mercantil, ya fuera reservados a la acción pública o a la esfera personal. Vivimos hoy en un mundo de una única potencia y en un sistema que no enfrenta la competencia de proyectos alternativos, lo que vuelve más difícil la búsqueda de contrapesos y la garantía de los derechos humanos – incluidos los derechos económicos y sociales – que sólo son derechos si son derechos de todos.
El cuadro – o espejo – que observamos no resulta alentador. Y sin embargo, a pesar de los pesares, no es tiempo para el pesimismo. Los retos y las amenazas son, sin duda, formidables. Pero también podrían ser formidables las herramientas que tenemos a mano para enfrentarlos y construir un siglo que valga la pena. Pero, de eso, mejor hablamos el año entrante.