El estado de la distribución: ¿hay que decir más?
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – La Nación: Jueves 7 de Noviembre, 2002
Si el Informe del Estado de la Nación del año pasado nos prendió algunas luces amarillas respecto a la creciente desigualdad en la distribución del ingreso, el nuevo informe debiera prendernos todas las luces rojas: ¡el país se nos está partiendo en dos! Y no se trata de frenar los motores de crecimiento, pero si no los convertimos, también, en motores de integración social... pronto no servirán ni para el crecimiento.
Permítame empezar con una ‘tecnicada’. Uno de los instrumentos para medir esa desigualdad es el índice de Gini. Cuanto más bajo el índice, menos desigualdad tenemos… y viceversa. Los estudios de Pablo Sauma para el Estado de la Nación, muestran que, entre 1991 y 1997, el índice de Gini había oscilado alrededor de un .380, subiendo ligeramente en algún año difícil, para volver a bajar luego. Eso significa que, aunque la distribución no era buena ni estaba mejorando notablemente, tampoco parecía empeorar. Sin embargo, después de 1997, el índice ya no osciló, sino que empezó a deteriorarse de manera rápida y sistemática, creciendo ya por cuatro años consecutivos para alcanzar un alarmante nivel de .433 en el 2001.
Para tener idea de qué significa este deterioro en un índice tan abstracto, usemos otros de los datos del Estado de la Nación. A lo largo de los noventas y hasta 1997, el diez por ciento más rico de los hogares tenía ingresos que eran unas veinticinco veces el ingreso de los hogares más pobres. ¡Tamaña diferencia! Eso confirmaba un grave problema distributivo pero, al menos, la situación no parecía empeorar y hasta mostraba cierta mejora ocasional. No fue así después de 1997: el ingreso de las familias más ricas subió de veinticinco a treinta veces el de las más pobres en 1999 y a más de treinta y seis veces en el 2001. La velocidad con que se abre la brecha es espeluznante.
Pero este no es sólo un problema entre los más-más-pobres y los más-más-ricos, sino que afecta toda la sociedad. Entre 1991 y 1997, el ingreso promedio de los dos grupos de familias más pobres había crecido al 24.5% y al 21.6% anual, mientras el del resto lo hacía en forma muy pareja y cercana al 20%. Eso generó una leve mejora distributiva. ¿Qué pasó después de 1997? Exactamente lo contrario: los únicos dos grupos que han visto su ingreso crecer más rápido que el promedio son los de las familias más ricas. A partir de ahí, todo ha ido de mal en peor para todos, ya que cuanto más bajo era el ingreso de cada grupo de familias… ¡menor ha sido su crecimiento! El orden es tan perversamente sistemático que asusta: a partir del 19.5% y el 16.2% de las familias más ricas todos siguen cuesta abajo: tres grupos medios cuyo ingreso creció alrededor de 14.4%; otros tres medios-bajos con 13.3%, 12.4% y 11.8% para caer, literalmente, a los dos grupos de familias más pobres, cuyos ingresos apenas crecieron al 9.7% y 8.9% anual entre 1997 y 2001 mientras que, en ese mismo período, el crecimiento anual de los precios – la inflación – fue del 11%. ¿Hay que decir más?