Elección sin selección
Leonardo Garnier

Sub/versiones - La Nación: 20/09/2001
Aunque retengan su clientela electoral, nuestros partidos tradicionales son cada vez menos lo que debieran ser. M ás que partidos políticos que promuevan una síntesis nacional de las diversas visiones, intereses y propuestas existentes en el país, parecen máquinas dedicadas a la mera sumatoria de esos intereses particulares. Esto se refleja en la estructura misma de sus mecanismos de decisión, que no se conforman con criterios estratégicos o con base a la calidad y claridad del pensamiento, sino como reflejo de los diversos intereses de las clientelas particulares del partido.
Buscando una bienintencionada pero mal entendida democratización, los partidos se han gremializado. Han dejado de ser partidos políticos nacionales para convertirse en federaciones o clubes de intereses corporativos, gremiales, regionales, sectoriales, grupales –y hasta personales. Pero esto no los ha hecho más democráticos. Al contrario representan cada vez menos el interés nacional y más los distintos intereses corporativos y el interés económico en particular, dada la importancia que sigue teniendo el financiamiento privado de los partidos y las campañas.
Un resultado casi inevitable es la ausencia creciente de pensamiento: de lo que podríamos llamar ‘pensamiento de partido’, un pensamiento estratégico. En el pasado –para bien y para mal—los planteamientos de la élite pensante eran asumidos como pensamiento del partido. Ahora no hay tal élite, lo que hay es pensamientos de individuos y grupos que, si bien en muchos casos aventajan a los viejos planteamientos en rigor y profundidad, no llegan a convertirse en pensamiento de partido, pues no existe ni el interés ni los canales institucionales para que esas ideas se conozcan y, mucho menos, para que se debatan y confronten, de manera que pueda surgir un pensamiento críticamente compartido. Hoy por hoy, nuestros partidos no tienen pensamiento –y quien lo dude, que compare los viejos documentos ideológicos del PLN con los de los dos últimos congresos ideológicos, o que trate de encontrar los del PUSC—.
Pero no es sólo al liderazgo de pensamiento a lo que parecen haber renunciado los partidos. La sociedad tiene derecho al mejor liderazgo: en ideas y en personas. Y los partidos tienen la responsabilidad de producir y fomentar ese liderazgo, y de hacer una selección de las personas –hombres y mujeres—mejor capacitadas para ejercer ese liderazgo a nivel nacional. Esta selección por parte de los partidos es la que contribuye a que la elección popular sea realmente una elección entre las mejores opciones, tanto ideológicas como personales. Pero en lugar de hacer una verdadera y cuidadosa selección política que le dé a la gente la mejor oferta de opciones para los procesos democráticos de elección popular, los partidos han optado por renunciar a su responsabilidad en tal selección... sustituyéndola por ¡otra elección! De nuevo, una bienintencionada pero mal entendida búsqueda de más democracia, está resultando en su contrario: peor democracia. Ojalá no lleguemos, por esta vía, a elegir diputados, gobiernos y políticas... ¡por encuesta!