¿Es bueno el resultado cuando el procedimiento es malo?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación: jueves 30 de junio, 2005
Rocío Aguilar es la nueva Contralora General de la República. Creo que es una persona capaz, honesta, trabajadora y comprometida con el país. Por eso, me gusta como Contralora. Lo que no me gusta para nada es la forma en que se dio su nombramiento. Y no – como han dicho algunos – porque fuera fruto de una negociación política: entendámonos, estas cosas siempre son fruto de negociaciones políticas y no está mal que así sea: son nombramientos políticos que hace la Asamblea Legislativa, que es un cuerpo político en el más claro de los sentidos y quienes allí nos representan, bien o mal, lo hacen como miembros de movimientos y partidos políticos. No, lo malo no es que fuera un nombramiento político.
Lo malo es que, aunque poco a poco y en zigzag, el país había dado pasos para mejorar la calidad de estos nombramientos políticos. La Asamblea Legislativa venía perfeccionando un procedimiento que, a pesar de sus defectos, lo cierto es que permitió a un estudio cuidadoso de los candidatos a ese puesto, personas que se sometieron a cuatro meses de escrutinio de sus vidas, su pensamiento, sus intenciones, sus relaciones, sus capacidades... enfrentando incluso cuestionamientos por parte de algunos diputados que iban más allá de lo razonable. Por supuesto que había apoyos y desapoyos políticos para cada una de esas personas; y por supuesto que el nombramiento final dependería de una negociación política. Eso es lógico, inevitable y – si es transparente – hasta sano. Y más sano aún si esas negociaciones se enmarcaban en un análisis cuidadoso y abierto de los candidatos y candidatas. Eso es precisamente lo que se buscaba con el trabajo de la comisión seleccionadora, no porque la negociación política sea mala en sí misma, sino para garantizar que se negociara a partir de un conjunto de nombres que superaran el ‘filtro técnico’, de manera que la negociación política no pudiera poner a cualquier patas vueltas de Contralor.
Al desechar el trabajo de la comisión, el nombramiento de Rocío Aguilar no solo irrespetó a las personas que se sometieron al más detallado examen de sus haberes y deberes, sino que desechó todo filtro para caer, al final, en una negociación política tradicional, sin mediaciones ni transparencia. Por suerte – pero pudo no ser así – la persona parece idónea. A lo mejor, de haber estado en la lista inicial, también habría superado la prueba. Lo malo es que no estuvo, así que no lo sabremos. Por eso, su elección manda una pésima señal pues, a partir de ahora, ¿quién, en su sano juicio, se va a someter a estos escrutinios cuando aspire a un alto cargo, si sabe que a fin de cuentas no son más que un juego para quemar unos cuantos nombres mientras, por detrás, se cocina el verdadero nombramiento? Tenemos nueva Contralora. Probablemente una buena Contralora. Pero, en el camino, debilitamos la institucionalidad y nos quedamos sin procedimiento para futuros nombramientos. ¿Valía la pena?