Esta vez, por favor, sin lentejas
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACION: Jueves 10 de abril, 2003
Cuando leí que Estados Unidos había sacado las uñas en la tercera ronda de negociaciones comerciales del TLC con Centroamérica, me vino a la memoria algo que había leído hace ya mucho, al estudiar la creación del Mercado Común Centroamericano. Intrigado, busqué hasta encontrar aquel texto en el que don Eduardo Lizano señalaba con agudeza cómo también habían sacado las uñas allá por 1959, cuando dijeron en la OEA que apoyarían los procesos de integración siempre que se ajustaran a lo que don Eduardo calificó entonces como “un bello programa de laissez-faire para la segunda mitad del siglo XX.”
En sus palabras, “el gobierno de los Estados Unidos basaba su esquema en el libre comercio irrestricto, en el funcionamiento sin trabas de la libre competencia y de los mecanismos del mercado, en la máxima libertad para la inversión extranjera y en la asistencia financiera extranjera para hacer frente a los problemas que se pudieran presentar a cada país como consecuencia de la integración. De un planeamiento ordenado y una distribución equitativa, se pasó simple y llanamente a instaurar el libre comercio y las fuerzas de la competencia. Las ideas y la confianza de la CEPAL se trocaron por los intereses de los Estados Unidos y su asistencia financiera. La CEPAL tenía por objetivo el desarrollo mediante la integración, los Estados Unidos la promoción de los intereses políticos, comerciales y militares de una superpotencia”.
Estas presiones, aunadas a las urgencias e intereses que más pesaban en la región, no solo impidieron que la liberalización del comercio se viera acompañada de una verdadera política de desarrollo regional, sino que fueron incapaces de dar vida a esa economía de mercado competitiva y moderna que decían buscar. Así, nos dice don Eduardo, lo que tenía que pasar… pasó: “el programa centroamericano se transformó en un verdadero mercado persa: se dio rienda suelta a los empresarios y comerciantes locales y extranjeros para usufructuar, cada quien como mejor pudiera, las nuevas oportunidades de inversión que ofrecía la constitución del mercado común centroamericano. El desenfreno así prohijado desencadenó una serie de presiones sobre los gobiernos que no tardó en generar la concesión, a manos llenas, de exenciones fiscales y otras ventajas a los inversionistas, incluyendo los foráneos, con el fin de atraerse nuevas industrias. Y así los objetivos de largo plazo y los verdaderos intereses de los países centroamericanos se trocaron por un plato de lentejas de dudosa calidad.”
Así fue hace cuarenta años, y así parece ser también ahora. Algo debiéramos haber aprendido. Debiéramos haber aprendido, por ejemplo, que no todo el que predica ¡libre mercado! lo practica. Que no bastan los mercados – libres o no – para que el comercio fructifique en algo más que buenos negocios para algunos: hacen falta buenas instituciones públicas, hace falta una sólida inversión social, hacen falta efectivos instrumentos redistributivos. Y, sobre todo, debiéramos haber aprendido que las negociaciones tienen que acompañarse de la más amplia e informada participación para que, esta vez, el comercio sea realmente un instrumento de integración y desarrollo… y no un mal plato de lentejas.
Las citas están tomadas de: Eduardo Lizano: “El proceso de integración económica”
Publicado en Torres-Rivas, Edelberto (comp.): Centroamérica Hoy
Editorial Siglo XXI, México, 1975