Evitar el escándalo
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – La Nación: Jueves 19 de diciembre, 2002
Acaba de renunciar una de las figuras religiosas más influyentes de los Estados Unidos, el Cardenal Bernard Law, de Boston, cuyo prestigio se fue transformando en oprobio conforme se conocieron los detalles de lo que primero pareció incapacidad y luego complicidad en un manejo vergonzoso de cientos de casos de abuso sexual por parte de sesenta y cinco sacerdotes de su arquidiócesis. Pero este es un caso en el que los escándalos sexuales no son el verdadero escándalo. Las palabras del Fiscal General Thomas Reilly son contundentes: “la Arquidiócesis ha utilizado todos los medios y maniobras disponibles para evitar nuestro acceso a los hechos necesarios para llevar a buen fin nuestra investigación. El nivel de cooperación no está para nada cerca de lo que debería ser, dada la magnitud de los crímenes contra niños y el hecho de que estamos tratando con una institución religiosa”. Reilly agregó que los detalles del encubrimiento, eran “devastadores, poderosos y repulsivos”.
Los tribunales obligaron a hacer públicas miles de páginas de documentos internos que evidencian cómo, por años, la Arquidiócesis de Boston se las arregló para mantener en secreto las más diversas acusaciones, como las de que un sacerdote había aterrorizado y agredido salvajemente a su mucama; que otro había traficado cocaína a cambio de favores sexuales con jovencitos; otro tenía un consumo de marihuana y cocaína tan exagerado y notorio que se le conocía como Pothead; otro había mantenido relaciones sexuales con adolescentes que querían ser monjas, convenciéndolas de que él era ‘la segunda venida de Cristo’: “Estaba tratando de mostrarles que Cristo es humano – dijo – y que deberían amarlo como ser humano”. Y así, muchos abusos más que Law no sólo fue incapaz de frenar o castigar, sino en los que actuó ocultando, condonando y facilitando la repetición de los agravios, ‘transfiriendo’ a los ofensores a otras parroquias, sin poner restricciones ni advertir a nadie de los riesgos.
Las palabras de Law cuando aceptó el retiro del Padre Meffan – el de la ‘segunda venida’ – son pasmosas: “Sin duda, a lo largo de todos estos años de generoso cariño, las vidas y corazones de muchas personas han sido tocadas por su forma de compartir el Espíritu del Señor. Le estamos verdaderamente agradecidos”. Al Padre Burns, que tenía un largo historial de abusos sexuales con muchachos – y a tres de cuyas víctimas infantiles se pagaron más de $2 millones por aceptar arreglos secretos – Law le escribió agradeciendo “el cariño que usted ha dado a la gente de la Arquidiócesis de Boston (…) usted ha sido un generoso instrumento del Señor en las vidas de la mayoría de la gente a la que ha servido. (…) La vida nunca es un solo momento o evento, y sería poco realista tener un enfoque tan estrecho. Habría sido mejor que las cosas terminaran de otra manera, pero no fue el caso”.
Cuando Law aprobó que Thomas Forry – el violento agresor, entre otras, de su mucama – trabajara como Capellán Militar, no sólo no advirtió de sus pasados problemas, sino que escribió: “Tengo plena confianza de que usted le prestará un buen servicio sacerdotal a la gente que esté bajo su cuidado”. Y hasta la semana pasada, Law mantuvo como sacerdote activo a James Foley, cuya amante murió de una sobredosis mientras tenía relaciones sexuales con él, y quien argumentó por escrito ante sus superiores, que no deberían removerlo de su cargo porque “aunque las circunstancias de mi involucramiento son feas y trágicas, no puedo imaginarme cómo podrían jamás llegar a ser públicas. ¿Cómo puede sufrir un escándalo la Iglesia por un episodio que nunca podría ser revelado?” De hecho, la primera de tres prioridades enlistadas por Law en sus notas de esa reunión con Foley fue: “Evitar el escándalo”.
“El mensaje era claro – editorializó el Boston Globe –: la Iglesia debe mantenerse libre de escándalo aún si eso significa poner gente joven en peligro”. He ahí el verdadero escándalo.