Hay pretzels y pretzels
Leonardo Garnier

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Hay cosas que cuesta tragarse… y parece que una de ellas – al menos para el presidente Bush – es un pretzel. La escena no pudo ser más extraña: el presidente del país más poderoso del mundo, cómodamente sentado en su sofá disfrutando del partido entre los Ravens y los Dolphins, con sus mascotas Scott y Barney echadas al lado, su esposa Laura en la habitación contigua y, claro, con una bolsa de pretzels tostados, saladitos y aparentemente inofensivos en el regazo. De pronto, la conspiración: uno (o varios, no sabemos) de los pretzels se atraviesan estratégicamente en su garganta impidiéndole tragar o respirar. Tampoco puede gritar. Los pretzels presionan con habilidad el nervio vagal, y le hacen perder el sentido. Todo el mundo se pregunta por qué en lugar de caer hacia atrás – para lo cual el sofá estaba bien dispuesto – el presidente más bien se va de bruces, y pega la cara en la mesita y en el suelo… como atestiguan sendos moretes y raspones.
Si eso le pasó con los pretzels, habrá que ver qué clase de moretones le dejan algunas cosas un poco más duras de tragar. Una, que cuanto más se destapa más hiede, es la quiebra de la corporación ENRON, un gigante de la energía con lazos que parecen muy cercanos a la administración Bush. ¿Por qué habría de preocupar al gobierno la quiebra de ENRON, si al fin de cuentas no la salvaron? Aún no lo sabemos, pero sí sabemos que las influencias corrieron, y que más de uno – dentro de ENRON y en el gobierno – ha estado haciendo lo imposible por destruir u ocultar información. Y es que, como ha señalado Paul Krugman, el problema no parece puntual: no se trata de que una empresa cercana a (y generosa con) personajes que hoy ocupan altos puestos haya tenido una influencia indebida en decisiones de ese gobierno, se trata de la sospecha creciente de todo un estilo de relación entre los intereses públicos y algunos intereses privados.
Krugman remite a un reportaje de la revista de negocios Red Herring, sobre el Grupo Carlyle. Bajo la dirección de Frank Carlucci – que fuera Secretario de Defensa durante la administración Reagan – esta firma ha sido especialmente exitosa en comprar a bajo precio empresas de defensa, aeroespaciales o de telecomunicaciones que están a punto de quebrar, para sanearlas, volverlas atractivas y venderlas luego con ganancias extraordinarias. ¿Qué hay de malo en eso? Muchos piensan, según el reportaje, que tan milagroso ‘saneamiento’ no se debe tanto a la capacidad empresarial del Grupo Carlyle como a su capacidad de ‘cultivar’ los contactos necesarios para obtener jugosos contratos gubernamentales. La empresa cuenta entre sus asociados con personalidades como el ex primer ministro británico John Major, el ex presidente filipino Fidel Ramos y el propio ex presidente George Bush (cuyo hijo G.W. fue contratado en 1991 por una subsidiaria de Carlyle). Además – y como para agregar un toque casi morboso – hasta hace sólo un par de meses, el Grupo Carlyle contaba entre sus socios a una importante familia saudí: la familia Bin Laden. ¿Podrá tragarse este pretzel el presidente Bush?