Hay que votar (pero qué feo votar así)
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 4/04/02
Muchos costarricenses piensan que vamos hacia un ‘domingo siete’. Muy pocos parecen satisfechos con las opciones electorales que tienen hoy enfrente, ni con las que tuvieron en la primera ronda de febrero. Lo cierto es que la mayoría no quería que don Abel fuera presidente: casi tres cuartas partes del electorado y un 62% de los que votaron, no votaron por él. Le fue todavía peor a don Rolando, ya que un 79% del electorado y un 69% de los votantes no quisieron verlo como presidente. Y que con esto no se alegren otros, pues hubo todavía más costarricenses que, aunque como nunca antes pudieron optar por un ‘cambio’, no se arriesgaron a que don Ottón – o don Otto – fueran los que tomaran las riendas del país a partir del próximo 8 de mayo. Tres cuartas partes de los votantes no quisieron a Ottón, al que sólo un 18% del electorado le dio su voto. Y eso a sabiendas de que ‘tenía chance’ de ir a la segunda ronda… y hasta de ganar.
Esto no lo digo para alegrar a unos ni, mucho menos, para martirizar a otros, sino para enfatizar que, como se dice popularmente, ‘estamos bien jodidos’: el próximo domingo, votemos o no votemos, votemos así o votemos asá… vamos a elegir presidente a alguien que la mayoría preferiría no tener por presidente. Y claro, entonces muchos no votarán, votarán nulo o en blanco porque, total, “da lo mismo”. Yo creo que el problema es otro: no es que vamos hacia un ‘domingo siete’ sino que hace ya rato que estamos metidos en un esperpéntico domingo siete del que no sabemos cómo salir o, peor aún, tal vez sí sabemos… pero no queremos. Y es que es más fácil jugar de víctima, quitarse el tiro, echarle la culpa a otros – a los políticos, sobre todo – y saber que, pase lo que pase el próximo domingo, los ticos nos habremos ganado el derecho a seguir quejándonos cuatro años más.
Por años nos hemos venido metiendo en esta trampa. Lo hemos hecho entre todos: los que actúan y los que no actúan; los que opinan y los que no opinan y, sobre todo, los profesionales de la anti-política. Cada vez es más difícil eso de ‘meterse en política’. Cada vez es más desagradable, más denigrante, más arriesgado. Nos hemos ido convenciendo de que nadie participa en política simplemente porque le parece bueno, por principios, por responsabilidad, por la emoción de hacer algo útil, algo grande… ¡o porque le gusta! No importa ya quién aspira a un puesto político: más que un ciudadano o ciudadana libre de toda sospecha, se vuelve un bicho kafkianamente sospechoso y, más que sospechoso, culpable.
¿Cómo podríamos, entonces, esperar que gane el mejor… cuando pensamos que todos son ‘lo peor’? Pero cuidado, porque cuanto más convencidos estemos de eso, tanto más cierto será que – sin honra que perder – sólo los peores se meterán en política. Entonces sí que no bastará con quejarse… pero ya no sabremos hacer otra cosa: será tarde. Por eso tenemos que ir a votar este domingo. Pero, para que nunca más tengamos que votar con esa amarga sensación de culpa, aprendamos de una vez por todas que siempre, ya sea por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer, ‘los políticos’… ¡somos todos!